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No carecen de actualidad las reflexiones «Sobre el concepto de historia» que compuso Walter Benjamin en la primavera de 1940. Surgieron como una revisión de ... la historiografía marxista ante el gran peligro que representó el pacto Molotov-Ribbentrop para las potenciales víctimas del 'fascismo'. Con este término, se hacía referencia a los vencedores y sus formaciones históricas opresoras en el marco de una idea de la historia como lucha de clases. El fascismo por batir era el capitalismo y su rostro político lo ponía entonces el nacionalsocialismo.
La normalización del capitalismo resultaba según Benjamin de la idea de progreso, en la que el tiempo discurre de manera homogénea y continua hacia el futuro, por lo que la lucha antifascista suponía la sustitución de esa concepción temporal por una idea mesiánica de la historia que pusiera su esperanza en el pasado, convirtiendo el presente en posibilidad de nuevo comienzo. Requería esa lucha superar el peligro de que la tradición se convirtiera en instrumento de la clase dominante.
Propuso en consecuencia combatir el capitalismo, como si de un estado de excepción se tratara, deteniendo el tiempo en un «presente-pasado sin futuro», en el que tuviera su oportunidad la «fuerza mesiánica débil» que cada generación hereda de la anterior. Ese presente detenido como un éxtasis temporal, arrancado al devenir histórico, es el lugar desde el que salta al pasado el tigre dialéctico, para redimirlo y consumar la revolución. Metáfora esta que parece una reminiscencia del león del joven Marx, que salta movido por la decencia.
La imagen elegida por Benjamin para expresar su horror ante la idea de progreso fue el «Angelus novus» de Klee, que mira al pasado y sus ruinas amontonándose a sus pies mientras es arrastrado por el vendaval del progreso desde el paraíso hacia el futuro que no puede ver a sus espaldas. Se expresa aquí también su percepción de los bienes culturales heredados como ruinas de la barbarie y así de la civilización humana como producto, no de héroes y genios, sino de una innumerable servidumbre anónima. Asignó por eso al historiador marxista la tarea de redimirla, reconstruyendo «a contra pelo» la memoria histórica de sus víctimas.
Este mesianismo secularizado, partidario del radicalismo revolucionario de Blanqui o los espartaquistas, y ajeno a la amenaza del totalitarismo estalinista, arremetía en cambio contra el conformismo de la social democracia alemana ante el capitalismo y su instrumentalización del pasado. En esa escuela socialista el sujeto de la historia, es decir, la clase oprimida y luchadora, había perdido sus resortes revolucionarios más poderosos, según Benjamin, «tanto el odio como la voluntad de sacrificio» que nacen «de la imagen de los antepasados oprimidos, no del ideal de los nietos liberados».
Pues bien, esa visión de la historia ha calado en los referentes intelectuales y en los activistas del movimiento de la memoria en España, convirtiéndolo en una suerte de memorialismo mesiánico. No se han conformado con plantear y consensuar las necesarias medidas de revisión serena de la Guerra Civil Española, el franquismo y sus víctimas, sino que han puesto en marcha una acción política sobredimensionada, que vuelve a confrontar nuestro presente con ese pasado traumático, para convertir la memoria de los vencidos y la de sus víctimas en nuestra memoria histórica.
Buena parte y la más dinámica de ese movimiento considera que la Transición cerró en falso el Franquismo y que el sistema del 78 nunca fue democracia plena y está agotado. Lo que unido a su silencio ante la indecente amnistía del Procés, indica su sesgo político afín a la izquierda radicalizada y al soberanismo que nos gobiernan y legislan. Su ceguera mesiánica la evidencia su irreflexivo rechazo de La Ley de Amnistía (1977), que arroja al niño con el agua de baño.
A través de ese movimiento, el mesianismo de Benjamin está presente también en la sobreactuación desde el poder político, que representa la Ley de Memoria Democrática (20/2022). Las necesarias medidas de reparación de las víctimas del franquismo, de revisión del discurso oficial y de tratamiento de sus símbolos en los espacios públicos, de profundización en suma de nuestra democracia, se han convertido además en una palanca del gobierno para detener el presente y transformar el orden político del 78. Del mismo gobierno que deja la memoria de las víctimas de ETA en manos del PNV y de Bildu, y promueve la amnistía de Puigdemont.
Mucho me temo que este movimiento memorialista impulsado desde el poder político no ha tenido suficientemente en cuenta los efectos psicodélicos del marxismo mesiánico que le inspira. En sociedades libres, como la nuestra, «memoria democrática» se dice en plural, de los individuos ante todo, y también de colectivos con una identidad, de asociaciones, de partidos políticos, etc. Por lo que una ley de memoria democrática que aspira a una sociedad más reconciliada con su pasado nace de la voluntad de concordia y es de consenso. No polariza.
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Ana del Castillo
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