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Estoy seguro de que podríamos agrupar a todos nuestras profesors en tres tipos de docentes: los buenos, los anodinos y los malos. Los malos ... los hemos sufrido todos, son aquellos que restan posibilidades de aprender a las personas que tienen a su cargo. Lo peor es que, a menudo, este tipo de docentes, no solo resta a las personas, sino que les daña. Todos hemos visto cómo alguien sufría en clase por la manera en que les trataba el profesor. Sin duda, quizá la peor carencia de nuestro sistema educativo es que ampara y no corrige a estos docentes.
En cambio, los profesores anodinos son aquellos con los que compartes un curso o una asignatura y al cabo del tiempo, ni recuerdas su nombre, ni su materia, ni nada interesante de sus clases. Ellos cumplen su labor de enseñanza, levantan actas, facilitan aprobados y no se preocupan de si suscitan aprendizajes. Vida buena. Por último, están los buenos profesores, quienes son siempre educadores. Un auténtico docente sabe que el aprendizaje no depende de la enseñanza, sino de la acción del aprendiz. Por ello, trata de influir en lo que el estudiante hace y piensa, para garantizar mayores oportunidades de aprendizaje. Cuanto más hacemos y pensamos, más aprendemos. El buen docente no aparece con los buenos estudiantes, aparece con todos los estudiantes y más con aquellos que tienen mayores dificultades. El buen docente, en situaciones adversas, da lo mejor de sí mismo, como hemos visto en estos tiempos de pandemia y 'nuevas normalidades', en los que, una vez más, se ha visto que el sistema educativo funciona porque descansa sobre los hombros de gigantes. Mujeres y hombres que por amor a su profesión son capaces de marcar la diferencia para potenciar el aprendizaje de sus estudiantes.
Esta virtud es a la vez una trampa, porque hemos comprobado que nuestros sistemas educativos no facilitan muchas posibilidades para que los docentes puedan hacer y pensar. Es más, hay instituciones con sueldos paupérrimos, ratios elevadas, pocos recursos, menos espacios y escasos apoyos. Y aun así, los buenos docentes consiguen incluso garantizar la seguridad sanitaria en sus centros, sin contar con personal especializado. Por ende, siguen ocupándose de la educación de nuestros hijos. En este Día Mundial de los Docentes, los buenos profesores no quieren aplausos, lo que quieren es tener las mejores oportunidades para ejercer su profesión: educar. Y lo cierto es que debe de haber muchos buenos profesores, ya que siendo este uno de los países que menos invierte en educación, no parece que lo hagamos tan mal. Simplemente, bastaría con que los equipos directivos de los centros tuviesen más autonomía, más medios, cierto apoyo y cálida comprensión, para que nuestro sistema educativo fuera más eficaz.
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Ana del Castillo
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