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Glosario: catálogo de palabras de una misma disciplina, de un mismo campo de estudio, de una misma obra, etcétera, definidas o comentadas. Glosa: comentario. Todo ello viene de la palabra griega 'glossa', que es, ni más ni menos, la lengua que llevamos en la boca. Políglota el de muchas lenguas; glosolalia, el don de lenguas apostólico.
El estado de alarma existe porque estábamos alarmados, pero también porque necesitamos que nos alarmen. Es la función cultural del miedo: anunciar el desorden, preanunciar el orden. 'Alarma' viene de la expresión italiana '¡A las armas!'. Es lógico que, habiéndose inventado allí, se haya aplicado primero también allí.
Glosario es menos pretencioso que diccionario. Indica comentario más que definición. 'Comentario' también tiene sus historias latina (los de César a la Guerra de las Galias) y griega (los 'hypomnémata' o notas recordatorias), pero las dejamos para otro día. Hoy conviene un glosario de alarmas.
NOCHE. De mis cinco profesores de Latín, seguramente el más entusiasta fue el profesor Chamizo, que llegó a director del IES Villajunco de Santander. Su júbilo contribuía a eliminar recelos ante la lengua abuela y a valorar la literatura de los antiguos romanos, que, como son clásicos, ya nunca serán antiguos. Cayo Valerio Catulo falleció en Roma hace casi 21 siglos. Entre sus poemas de amor a Lesbia, pseudónimo de una dama casada de la que él se apasionó, hay uno donde exhorta a aprovechar la ocasión, porque la vida pasa fugazmente. Los versos cantan así: «Los soles pueden ocultarse y resurgir, pero, cuando la breve luz se oculta para nosotros una sola vez, la noche es perpetua, única que habremos ya de dormir». La alarma del coronavirus viene de la amenaza de noches perpetuas y del deseo de prolongar la 'brevis lux' de nuestras existencias. Una UCI es como si hubiese un titán en el horizonte occidental tratando de impedir, o al menos demorar como Josué en Gabaón, el ocaso del sol.
CURVA. La curva de la alarma viene a ser la misma que la curva de la epidemia. La primera acompaña a la segunda. Hemos redescubierto colectivamente que la mayoría de los fenómenos naturales y sociales se pueden representar con líneas ondulatorias. Una epidemia tiene curvas como el Jarama, o como el Pas cuando atraviesa gargantas y praderas en busca de salitre. Hay 'picos' o 'crestas', cumbres borrascosas de lo malo, cimas resplandecientes de lo bueno. Y 'mesetas', cuando has subido pero aún estás por Osorno, y lo que te queda. En las epidemias, tocar pico y bajar rápido es lo deseado. La meseta es signo de que la espada del otro es fiera o tu escudo 'low cost'. Una curva que empieza a caer es un indicio de que algún día el repique gozoso de campanas sustituirá a las sirenas de alarma. Todo en el mundo es curva: la recta es sólo un amor platónico, esa idea necesaria y absurda de una circunferencia de radio infinito. Tenemos que aprender a manejarnos en las curvaturas de la historia: el progreso rectilíneo será inercia de Galileo, pero no de Tucídides. La gran lección de la radio: siempre está en la onda.
SIRENAS. Odiseo hubo de atarse al mástil de la nave para no sucumbir a los cantos de las sirenas, irresistibles combinaciones de mujer y ave, o mujer y pez. Las sirenas clásicas son ninfas que simbolizan los peligros de la dulzura, invitan a mirar lo atractivo como señuelo de lo terrorífico. En cambio, nuestro uso vulgar de sirena es un aparato aparatoso, alarmante, intencionadamente molesto y decibélico. Estado de alarma es que ha sonado la sirena para que no doblen las campanas fúnebres. La sirena ronca como Bonnie Tyler y atrae la atención para salvar al navegante. La sirena de Homero atrae al navegante para que no ponga atención. Está la prensa llena de unas y otras especies de sirenas, las sinfónicas y las megafónicas. Las que dicen que todo va ya mejor (menos ingresos, o menos porcentajes de datos malos, Cantabria tiene menos mortalidad aparente) y las que entonan que va peor (hemos superado a Italia en contagios, una de cada cuatro personas fallecidas en el planeta por Covid-19 es española, hay mucho enfermo sin 'testificar'). Un videoclip musical nos trae canciones de sirénidos del pop que nos atraen hacia nuestras propias casas, nuestras Itacas.
MÁSCARA. Hay escuelas de psicología y sociología que subrayan el parecido entre las relaciones sociales y una función teatral. El dramaturgo de origen montañés Pedro Calderón de la Barca tituló su más célebre auto sacramental (representación para el Corpus) como 'El gran teatro del mundo'. Interaccionar es representar un papel, sus apariencias, la lógica de los personajes en los que nos hemos incorporado (la lógica del 'entrenador' o del 'médico' o del 'paciente'). Ahora esto se refuerza por el aislamiento social: nos relacionamos ante las cámaras que telecomunican nuestros mensajes. La lasitud de la conversación informal cotidiana queda mal en el vídeo doméstico o la videollamada. Produce caos, falta de ritmo, interrupciones, agotamiento. Hay que 'editar' para mejorar el mensaje. Hemos reparado en más trucos básicos de iluminación, sonido... Pero es que la máscara, en su diminutivo de mascarilla, lleva camino de prenda universal. La humanidad embozada a la mínima. De pronto, el tenso coloquio de los sanitarios en el quirófano se ha convertido en paradigma de la nueva comunicación interpersonal presencial. ¿Me pongo un gorrito, también? La alarma nos enmascarilla, o más bien nos emboza.
RESPIRADOR. Mejor 'ventilador': respira por ti o te ayuda a hacerlo en caso de insuficiencia. Su escasez relativa determina la abundancia absoluta de alarma, noches, curvas, sirenas y embozos. El coronavirus se ceba en los pulmones. Tests, respiradores: instrumentos de la alarma para desalarmarnos. Pero el respirador se ha hecho también la gran metáfora. La economía asfixiada necesita respirar: las cuentas de currantes y empresas. Hay que bombear dinero oxigenado para un buen intercambio de gases con el sistema circulatorio de la producción. Se fabrican o adquieren febrilmente respiradores. Se fabrica también dinero, para que nadie se ahogue. Keynes no es menos clásico que Catulo, ni apasionado.
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Ana del Castillo
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