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En Italia se utiliza una expresión contundente, «piove, porco governo!», aunque Sánchez Ferlosio la oyó en la variante «piove, governo ladro!». La culpa siempre es del Gobierno, esa institución sospechosa cuya misión consiste en complicarle la vida al ciudadano, por lo que ... causa cierta ternura la piel delicada de los ministros nuevos y su airada reacción ante cualquier censura. «Sosegaos, sosegaos y decid», aconsejaba otro rey Felipe, el segundo. El hacendado Iglesias defendió hace unos años los escraches a políticos, porque «son el jarabe democrático de los de abajo», hasta que llegaron a su chalé de Galapagar. Ahora las protestas son injustas y fascistas, promovidas por «neonazis y maleducados», según Echenique. También a Nadal le llaman facha los que pactan con Bildu. Groucho Marx se esforzó en llegar «desde la pobreza a la miseria más absoluta», pero otros pasan del paro a la clase alta con altos sueldos públicos.
Nadie sigue el ejemplo ético de Julio Anguita, que si era el califa, Alberto Garzón debe ser el almuédano, el gritador que se sube al minarete y convoca al rezo, una tarea menor. El mayor problema de un país no reside en el color del Gobierno sino en el desgobierno. Cuando una coalición de afines en teoría -Anguita dudaba de que «este PSOE sea de izquierdas»- ofrece como resultado dos gobiernos diferentes que hablan con distintas voces, se producen espectáculos tan lesivos como la boutade de Garzón al calificar el turismo, fuente vital de ingresos, de «precario, estacional y de escaso valor añadido». La ministra de Exteriores asumió el papelón de la rectificación inmediata. «Os amamos, os esperamos», les dijo a los franceses, mientras se intentaba apagar el fuego de la unánime petición de cese fulminante del portento político. Es lo que hay. Obviando que independentista no es sinónimo de zote, Gabriel Rufián se refirió al golf como un deporte de pijos. Ignora que dejó de serlo hace cuatro décadas. Quizá no sabe quién fue y qué hizo Severiano Ballesteros, nueve años ausente. El logro trascendental de Seve no fue un palmarés impresionante -cinco Grand Slam, cinco mundiales, cinco Ryder, un centenar de torneos internacionales, mejor jugador europeo del siglo XX- ni siquiera la leyenda que persiste. Su legado eterno fue el de popularizar de tal modo un deporte elitista que se lo arrebató a los ricos para entregárselo al pueblo. Hoy, el golf lo practican miles de personas de todas las edades y clases sociales en campos municipales o autonómicos, y España es el primer destino turístico de una actividad que aporta al país, incluida Cataluña, muchos millones de euros al año.
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