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Es fácil imaginar este fin de semana a jóvenes bailando y cantando en un bar el estribillo de la canción que ayer se hizo noticia: «A ti te quedé grande y por eso estás con una igualita que tú», corearán eufóricos, con la copa ... o la cerveza en una mano y la otra levantada, con el índice apuntando el cielo, como si apretaran un botón dando brincos, aprovechando los últimos minutos que le quedan a la discoteca abierta.
Mientras Cantabria mete mano a la conciliación entre el derecho al descanso y el derecho al ocio nocturno, los jóvenes seguirán cantando en el local y después en la calle cuando todo cierre, sin ver sobre ellos las ventanas que han reforzado inútilmente su aislamiento, porque la euforia, como la ira, ciega, te vuelve poderoso, incontrolable, arrebatador, sobre todo cuando saltas y cantas a la vez que tus amigos la letra de Shakira y Bizarrap, que desde ayer habrán leído una y otra vez, compartiéndola en sus móviles. ¿Serán conscientes de que es un poema con tintes góticos por lo afilado de los cortes, que comparte métrica con las batallas de Góngora y Quevedo, salvando todas las distancias? Si los poetas de la Edad de Oro hubieran convivido con los DJ, los jóvenes de entonces habrían coreado dando saltos «Érase un hombre a una nariz pegado, una nariz superlativa, una alquitara medio viva, un pez espada muy barbado»; nosotros, sin embargo, bailamos «cambiaste un Ferrari por un Twingo», o «me dejaste de vecina a la suegra y a la prensa en la puerta». Despachar ira y desagravios con versos no es nuevo, lo que ha cambiado es el altavoz y sobre todo el volumen de los bofetones, porque al final el problema es ese, lo alto que suena todo, hasta lo más íntimo, ya sea el pique aireado a escala mundial de una pareja con hijos destrozada o la felicidad legítima de bailar mientras la ciudad intenta dormir.
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