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En una entrevista a raíz del estreno de 'Parthenope', Paolo Sorrentino comentaba que Nápoles es, al mismo tiempo, «cielo, infierno y purgatorio». Sin querer caer ... en el chovinismo, Cantabria también podría encajar en esa definición que se ajusta como un guante al hipnótico, satírico y profundamente melancólico cine del director italiano.
Nuestra región, como ese Nápoles de las mil caras –la del ganador del Calcio, la de las barriadas miserables, la de la terraza a la costa Amalfitana–, sufre de cierta esquizofrenia imposible de disimular cada mes de enero, cuando toca mirar por el retrovisor, hacer balance del año anterior y proyectar el siguiente. Cantabria parece incapaz de resolver debilidades crónicas, repetidas una y otra vez en el tiempo sin que ningún cambio de gobierno logre solventarlas, y, al mismo tiempo, nos vanagloriamos por virtudes en las que no tenemos casi ningún mérito. Excepto por la aprobación del POL hace un par de décadas y por el acierto de haber esquivado en los tribunales a algún pirata urbanístico, el mito de la Cantabria infinita, de los paisajes sin parangón, del mar, de la montaña y de la bahía de Santander seguiría existiendo sin nuestra intervención ni presencia. Con menos proyección turística sin los millones en publicidad de Cantur, pero seguiría estando ahí. Es decir, poca o ninguna aportación hemos hecho en la construcción de ese Cielo del que hablaba Sorrentino en su Nápoles.
Otra cosa distinta es nuestro mérito en el diseño del Infierno y el Purgatorio. Ahí sí hemos sacado matrícula de honor. Cantabria está atrapada en las mismas arenas movedizas cada año. Las mismas deudas pendientes, los mismos proyectos inacabados, las mismas quejas a Madrid, los mismos adjetivos... Quizás la política cántabra, simplemente, esté contagiada por ese carácter tan poco atrevido e inmovilista que le brota a Santander cuando alguien pronuncia la palabra 'cambio'. Si no, cómo se explica que el orden del día en los plenos del Parlamento sea el mismo desde hace años, que haya sectores empresariales quejándose de los mismos problemas sin solución desde que tienen uso de razón, o que los ayuntamientos sigan con planes generales de urbanismo aprobados hace 40 o 50 años. Es momento de hacer examen de conciencia porque los moribundos siempre se arrepienten de lo que han dejado de hacer. Nunca de haberse equivocado por haberlo intentado.
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Ana del Castillo
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