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Dice un estudio del CIS que el 78% de los cántabros cree en un dios o en un poder superior. Somos creyentes por educación, genética ... o miedo. Mucho más que en el resto del país, donde cuatro de cada diez españoles asegura ser escéptico, ateo o directamente antireligioso. Pero eso no pasa aquí. En Cantabria todo es cuestión de fe. Hasta la política. Sobre todo, la política. Tenemos una insuperable confianza ciega en lo que no vemos pero nos dicen que existe. La lista es larga y vuelve a la memoria cada vez que el Gobierno presenta un megaproyecto con millones de euros de inversión y miles de puestos de trabajo. La Ciudad del Cine, la mina de Zinc, el tren a Bilbao y las montañas rusas dentro de cuevas de Invercantabria se oxidan en las hemerotecas sin que nunca se haya visto nada sobre el terreno.
Ahora el Gobierno vuelve a la carga con varios proyectos megalómanos. Ojalá el Centro de Proceso de Datos proyectado en Villaescusa esté en funcionamiento en el año 2032; ojalá se sitúe (como han dicho) en la elite europea del sector; ojalá logre solucionar esa demanda ingente de energía para poder funcionar; y ojalá esas cifras mareantes de inversión y empleos sean reales. Pero es inevitable cierto escepticismo social que el Gobierno intenta calmar reclamando el enésimo acto de fe. De nuevo, como le ocurre a Indiana Jones en 'La última Cruzada', se nos pide que saltemos al vacío desde la cabeza del león para poder hacernos con el Santo Grial.
El Centro de Proceso de Datos no es la única convicción ciega que reclama la agenda política del Ejecutivo. En la lista de prioridades del consejero de Fomento está la carretera Reinosa-Potes, una obra polémica por su presunta incompatibilidad con la protección del medio natural, pero también porque lleva dando vueltas en los despachos desde hace 55 años. Nada más y nada menos.
Fue en enero de 1969, durante la inauguración de los Juegos de Invierno del Cantábrico que acogió la estación de esquí de Alto Campoo, cuando el gobernador militar comentó que «no estaría mal pasar por ahí a Potes», según recogen las crónicas de la época. Y solo dos años después, en 1971, se dibujaron sobre un plano de Mando del Servicio Geográfico del Ejército dos posibilidades de ejecución de los 10 kilómetros que separan Brañavieja de la carretera de Piedras Luengas. El plan quedó enterrado en un cajón durante quince años, hasta que en 1987 Juan Hormaechea llegó a la Presidencia de Cantabria convencido de que esta carretera serviría «para enriquecer ambas comarcas». Desde entonces no se ha movido ni un papel y menos aún una excavadora. Pero ahora el Gobierno nos pide confiar de nuevo. Mientras no exista un impuesto al pensamiento, tener fe sale gratis.
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