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Nos está quedando una región de postal. Para los de fuera, claro. En una entrevista publicada en este periódico el pasado domingo, el presidente del Grupo Siec, Juan de Miguel, desvelaba que la construcción del sector privado se centra, ahora mismo, en segundas residencias costeras ... para compradores foráneos. Mientras el litoral se llena de viviendas con las persianas bajadas nueve meses al año, aún no hemos olvidado las imágenes del Puntal abarrotado este verano o los autobuses municipales sobrepasados en fiestas sin poder recoger a los vecinos en las paradas. Pero el Gobierno de Cantabria insiste en que aquí no sufrimos «sobresaturación turística», que debe ser algo así como el hermano mayor de la saturación.
Los datos dicen otra cosa. De enero a agosto de este año, Cantabria recibió 986.736 visitantes. La mitad de ellos se concentraron en julio y agosto, por lo que la región duplicó su población este verano. ¿Contamos con los servicios suficientes para acoger al doble de residentes habituales? Es una pregunta irónica.
¿Por qué el Gobierno niega algo tan evidente, algo que todos hemos podido ver este verano? Lo hace para justificar su negativa a cobrar una tasa a los visitantes. Una herramienta que en España se ha politizado, pero que existe en la mayoría de capitales europeas, además de en Cataluña y Baleares, desde hace años. PP y Vox la consideran «innecesaria y poco rigurosa» y acusan al PSOE de «turismófobos», mientras al mismo tiempo plantean cobrar la entrada al Faro del Caballo de Santoña por la avalancha de visitantes imposibles de asumir. Habría que preguntar en Berlín, París, Roma o Londres cómo se han dejado engañar por esas artimañas socialistas para implantar la tasa.
Cobrando solo un euro por noche a cada turista, los ayuntamientos cántabros dispondrían, aproximadamente, de 2,5 millones extra para gastos todos los años. ¿De verdad alguien cree que un matrimonio de alemanes, sevillanos o australianos dejaría de visitar Cantabria por tener que pagar 2 euros más por noche como tasa?
Ya que Santander y Cantabria parecen apostar por el volumen en detrimento de la calidad –aunque el discurso oficial vaya por otro lado–, esta tasa no estaría pensada para penalizar el turismo, sino para rentabilizarlo con fondos públicos que pueden venir muy bien a municipios que soportan esa carga. Los hosteleros ya lo hacen y les va estupendamente, si no, ¿cómo se explica que por un café solo en una terraza del centro de Santander cobraran casi 3 euros este pasado junio?
Si no quieren tasas ni, visto el retraso, decretos de pisos turísticos, quizás la solución radical sea prohibir las redes sociales. Si las fotos no se pueden compartir y los viajes solo los disfruta cada uno en su anonimato, ¿para qué venir?
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