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Hay un ruido de sables en el PSOE cántabro que anticipa un 2024 caliente tras su salida traumática del Gobierno regional. Nadie contaba con esa pérdida de cargos y nóminas con los que se silencian muchas veces las voces internas –«Nos ha fallado Revilla», dicen ... como única autocrítica–, y ahora no son pocos los dispuestos a cobrarse desplantes pasados y presentes de la actual dirección. Solo han pasado dos años del último Congreso, pero los apoyos de Pablo Zuloaga parecen mermar a una velocidad de crucero. En aquel noviembre de 2021, el actual secretario general logró el 75% de los votos frente al 21% de Judith Pérez. Solo un mes después, su Ejecutiva apenas fue refrendada por el 63% de los delegados socialistas. Pese a ostentar, entonces, la Vicepresidencia de Cantabria y el control del aparato del partido, Zuloaga estaba muy lejos de un respaldo unánime. Y ahora mucho menos.
Camargo, Los Corrales, San Vicente de la Barquera y, por supuesto, Santander no están de su lado. Tampoco cuenta ya con viejos aliados puntuales como la UGT o los 'mañanistas'. Entre sus críticos ya circula la idea de que más de la mitad de los militantes no elegiría su nombre en unas primarias ahora mismo, y a Pedro Casares le empieza a rondar en la cabeza la opción de adelantar el Congreso. Quizás dando ese paso al frente con el que amaga desde hace tiempo pero que aún no se ha atrevido a dar. Quizás separando las figuras de secretario general y la de candidato, lo que le dejaría más libertad de movimiento en sus aspiraciones en Madrid. Zuloaga, que no es ajeno a esto, se ha echado en brazos del nuevo ministro de Transportes, Óscar Puente, y, sobre todo, de José Luis Ábalos, cuya presencia política se ha normalizado dos años después de dejar la primera línea de forma convulsa. Ha sido gracias a él que Zuloaga consiguió una silla en la mesa de una tertulia política en La Sexta –ya cancelada– y también echar a Ainoa Quiñones de la Delegación del Gobierno en Cantabria. Una decisión que, antes de ejecutarse, pasó desapercibida para el propio Casares, pese a formar parte de la Ejecutiva nacional, y del propio Pedro Sánchez, quien no reparó en el nombre de la cesada hasta que fue demasiado tarde.
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