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Había bastado una sola victoria para que la esperanza, que se iba difuminando entre los seguidores habituales y los durmientes del racinguismo, recobrase nuevos bríos para afrontar estas dieciséis finales que restaban al Racing. Habíamos pasado de amenazar al niño que nos come mal ... con soportar un partido del Racing como castigo a prometerle como premio, con ese orgullo de pertenencia, llevarle a verle jugar. Los seguidores verdiblancos habíamos mutado en dos días, con la llegada de José Luis Oltra y la victoria que trajo debajo del brazo. No se necesitó ninguna llamada a rebato para acudir a los Campos de Sport y ayudar a convertirlos en una nueva versión -con teléfono inteligente para almacenar en los recuerdos- del 'Huerto del francés'.

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