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Había bastado una sola victoria para que la esperanza, que se iba difuminando entre los seguidores habituales y los durmientes del racinguismo, recobrase nuevos bríos para afrontar estas dieciséis finales que restaban al Racing. Habíamos pasado de amenazar al niño que nos come mal ... con soportar un partido del Racing como castigo a prometerle como premio, con ese orgullo de pertenencia, llevarle a verle jugar. Los seguidores verdiblancos habíamos mutado en dos días, con la llegada de José Luis Oltra y la victoria que trajo debajo del brazo. No se necesitó ninguna llamada a rebato para acudir a los Campos de Sport y ayudar a convertirlos en una nueva versión -con teléfono inteligente para almacenar en los recuerdos- del 'Huerto del francés'.
El domingo era ese primer día del resto, donde el representativo, aun siendo siempre cola de toda especie animal, se jugaba una carta vital de supervivencia en el futbol profesional que tanto había costado conseguir. Todos estábamos ansiosos de comprobar si había cambiado algo o, realmente, era esa mejoría que afecta al enfermo terminal antes de fenecer. Esas eran las incertidumbres que acompañaban a los fieles seguidores racinguistas tras el triste y desafortunado caminar en este campeonato del equipo. Esas dudas no impidieron abarrotar los Campos de Sport con la esperanza de vislumbrar más cerca ese camino que lleve al Racing a salir de este laberinto donde está metido desde el inicio del campeonato. El espectáculo era el de los momentos históricos, en los que todos queremos decir: «Yo estuve allí».
Y pronto amaneció en el partido tan esperado contra el Sporting lo que iba a ser un final decepcionante. De los que duelen y dejan el ánimo encogido. El equipo se pareció tanto a su fotografía anterior que nos volvió a la triste realidad otra vez. El planteamiento era el mismo que en Almería y no repitió alineación por las bajas de Figueras y Cejudo. Se jugaba a encontrar un error del rival, pero el Racing daba la sensación de que tenía más papeletas para cometerlo. En defensa los verdiblancos eran un mar de dudas, donde sólo Hernando daba respuestas con cierta coherencia, Olaortua había concedido ya su espalda, Abraham no medía las coberturas y Buñuel sigue gris. Sergio se perfilaba mal y perdía balones en zonas de riesgo y aportaba querer, sin poder. Kitoto tuvo la otra cara. Bastaron tres córners seguidos para que la inquietud se desbordara en el ánimo racinguista, hasta que a Manu García se le ilumino el ingenio y encontró a Murilo con un pase perfecto. La ilusión decayó entre los nuestros o, más bien, volvieron todos los demonios que llevan dentro. Los jugadores ofensivos racinguistas -salvo Enzo, que lo dio todo, pero le pierde su mala toma de decisiones- fueron inoperantes. No pudieron en ningún momento con sus rivales. Se había fundido la esperanza traída de Almería. No hubo reacción ni líder para dirigirla.
De camino para casa, intentamos que la ilusión vuelva el próximo día que juegue el Racing. La realidad es tozuda, mandando todo nuestro gozo al pozo ¡Qué duro es ser racinguista!
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