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Cuando cuento que recientemente cambié Madrid por Santander ésta es la reacción general: «¡Qué envidia! ¡Qué calidad de vida! Lo único la lluvia y la gente, que ya sabes que son muy secos...». Vamos a ver, y esto ya lo escribo casi hiperventilando: ¿pero ... qué demonios secos los cántabros? ¿Estamos de broma? ¿Es seco Bustamante, que se metió en el bolsillo a todo un país llorando y abrazando por doquier a todo el mundo? ¿Y Marta Hazas, que podría ser Miss Simpatía? ¿Acaso es seco Revilla, que habla por los codos con cualquiera? ¿O Antonio Resines, que está en el top 10 de cachondos de este país? Esos a nivel famoso, porque yo desde que vivo aquí poca gente seca he encontrado: los primeros vecinos que conocí al llegar, Isaías, Ana y Jaime, son encantadores y ahora, además, amigos. Los padres y madres del cole son pistonudos, de hecho el primer día de curso otra Ana se acercó y me dijo «Tú eres nuevo ¿no? ¿Te meto en el chat de madres?». Una pregunta que sabes que en parte es una trampa mortal, pero que en mi caso conseguí sortear en un acto reflejo y de defensa propia ofreciendo el teléfono de mi mujer.
En la carnicería, la pescadería o cualquier supermercado el personal en general es formidable. Las chicas y chicos de los clubs deportivos que piso, cuando me dejan, son de diez. Mi profe de boxeo, Julio, además de 'galletas' reparte buen rollo. Y lo mismo ocurre con la mayoría de restaurantes, consultas médicas o cualquier comercio, en general, por el que he pasado. Bueno, lo de las 'galletas' solo donde Julio.
Hago mención especial para nuestros amigos de Liérganes, que directamente son de matrícula. Son tan, tan majos, que hasta parecen andaluces. A ver, uno es que realmente es andaluz, de Sevilla, pero cómo será el tema que al lado de los otros incluso parece soso…
Con todo, creo que la gran mentira de los cántabros es precisamente la fama de secos que tienen y después de mucho observarles creo que el tema está en que los pocos que son más cascarrabias, hacen más ruido que los muchos que no lo son.
¿Cómo podríamos solucionarlo? Se me ocurren dos formas: la primera, montando una escuela para gruñones. Un lugar para ir un par de veces a la semana, o todos los días en los casos más agudos, y aprender a ser muy majo. O hasta donde cada gruñón pueda. Seguro que los que me estáis leyendo ya tenéis a alguien en la cabeza para apuntar…
La segunda forma, tomándonos las cosas con más humor. Yo, por ejemplo ahora, cuando alguien me dice lo de que los cántabros son secos, directamente respondo: «¿Pero cómo van a serlo con todo lo que llueve?».
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