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Hace meses tuvo lugar en la Escuela de Náutica y en la Fundación Bruno Alonso las muestras organizadas por el MAS del pintor Gregorio Rodríguez, conocido artísticamente por Gregorio. Reunieron obras fechadas en la primera mitad de los años sesenta del siglo pasado. Nacido ... en Barruelo de Santullán en 1929, falleció en Santander en 1982. Perteneció a la generación de los sesenta de Cantabria. De formación autodidacta, sus residencias alternativas en París le permitieron conocer las corrientes renovadoras que se abrían paso en la entonces capital internacional del arte. Amigo de los pintores Eduardo Sanz, Enrique Gran y Miguel Vázquez, se entregó a la abstracción y coincidió con ellos en el informalismo expresionista más rotundo.
En julio de 1962 participa en una colectiva en la sala Sur bajo el título '7 Pintores españoles de vanguardia' y en octubre en una individual. En 1964 expondría en Alerta. A partir de ese momento, cesa su comparecencia pública. En la intimidad de su casa pinta desnudos y paisajes. Pero esa obra quedará inédita en su estudio y su nombre desaparecerá de la escena artística convirtiéndose en un pintor ignorado. Y esa situación de preterición es la que me llama la atención, el silencio ominoso que pesa en ocasiones sobre el creador. Quien escribe, compone o pinta en la necesaria soledad pero luego se interrumpe el destino último de su obra que es el receptor. ¿Qué sucedió para que tantos amigos de Gregorio no insistiesen lo suficiente o le convencieran para exponer? ¿Por qué tantos creadores se resisten a compartir sus producciones? ¿Es el misterio de la creación o la consecuencia de una sociedad cada vez más indiferente a la cultura?
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