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Recientes noticias en prensa abundan en la idea de que el Consejo Pastoral de la Compañía pretende sustituir el retablo mayor de la iglesia de La Anunciación (Compañía de Jesús), en la calle Juan de Herrera de Santander, cerca de la Plaza Porticada y de ... la catedral, obra y donación de la artista María de Mazarrasa Quijano, «por su dudosa calidad (…) la autora no es de renombre en cuanto a pinturas de retablos se refiere», para sustituirlo por otro retablo del italiano afincado en Cantabria Tonino Conti, autor del icono de la Cruz de Santo Toribio de Liébana.
«La Iglesia de la Compañía es el mejor ejemplo de arquitectura renacentista, dentro del estilo clasicista vallisoletano que sigue los modelos jesuíticos de raíz vignolesca, con gran similitud con la iglesia del Gesù de Roma. Presenta la típica fachada de las iglesias que siguen esta tipología, con dos cuerpos, siendo el superior más estrecho que el inferior. El altar mayor está rematado con un retablo de madera con pinturas y policromados» (simple consulta a Wilkipedia).
Estamos hablando de un Bien de Interés Cultural, declarado como tal el 11 de noviembre de 1992, y de un retablo que, además de formar parte de un BIC, fue donado y pintado hace setenta años (1953), tiempo suficiente para haber creado muchas referencias sentimentales en los fieles de varias generaciones.
María del Carmen González Echegaray publicó, en el año 2000, un trabajo sobre la historia de esta iglesia, construida a principios del siglo XVII en la antigua Plaza Vieja, el corazón de la ciudad, acompañando al antiguo ayuntamiento y al Palacio de Riva-Herrera. Los tres poderes de la ciudad juntos, unidos y vigilándose.
Hagamos un breve repaso a su historia: en 1595, en plena epidemia de aquella mortífera peste traída por el barco 'Rotamundo', llega a Santander la Compañía de Jesús con el propósito de levantar una iglesia y colegio para enseñar las letras. Santander tendría entonces alrededor de 3.000 habitantes, según Juan de Castañeda. Se elige como lugar el solar de los Arce, en donde se situaba la torre de Baza en la Plaza del Cantón, después de la Llana o Plaza Vieja en el nuevo Santander o Puebla Nueva. En 1606 ya está el templo construido. Recibe el nombre de Nuestra Señora de la Anunciación. Probablemente su arquitecto fuera Juan de Nates. Financió la obra Magdalena de Ulloa Toledo, esposa de Luis Méndez de Quixada, padres adoptivos de Don Juan de Austria, el vencedor de Lepanto. Cuenta González Echegaray que, en 1578, Magdalena de Ulloa y Toledo (1525-1598) se encontraba en Santander esperando la llegada del cadáver de Don Juan de Austria, a quien había educado como una madre.
En el lateral de la iglesia, hacia la calle Carbajal, en donde ahora está el edificio de Pérez del Molino, los jesuitas construyen un colegio, pionero y precursor de la actual Enseñanza Media, que impartía primeras letras, filosofía, teología, escolástica, moral y gimnasia; disponía de una buena biblioteca, elogiada por Jovellanos en 1791. Desde 1700, el marqués de Villapuente será bienhechor de la iglesia y del colegio motivo por el que sus escudos se encuentran en la fachada, hasta que, en 1767, Carlos III ordena la expulsión de los jesuitas. Se incauta el edificio con el colegio y la huerta; los sacerdotes fueron expatriados en diferentes barcos a Civitavecchia, Italia; y en 1770 el complejo se incorpora a la parroquia con el nombre de la Anunciación.
Tantos siglos dejan mella en este conjunto: en 1936, para ensanchar la calle Santa Clara, el alcalde Ernesto del Castillo Bordenave derriba la nave oeste y la ciudad entra en la dinámica de la guerra civil; la iglesia, ya en muy mal estado, fue utilizada como almacén, y, quizás en ese tiempo, se perdiera su retablo mayor. En 1938 fue nuevamente abierta al culto.
En 1941 Santander sufre aquel devastador incendio, desaparece la Puebla Vieja y gran parte de la Nueva. Ardieron, reducidas a escombros, la iglesia de la Anunciación, las antiguas escuelas y todas las calles de alrededor. La iglesia está tan dañada que se discute su futuro. Finalmente, con proyecto de José Manuel Bringas, se rehace la nave oeste. La reconstrucción urbana muerde la antigua calle del Dr. Eugenio Gutiérrez, con un desmonte que cuesta entender si no se conoce el devenir y que eleva el templo desde la calle Juan de Herrera. Se había perdido el retablo mayor, y otra bienhechora –toda la iglesia se construye gracias a la generosidad de las gentes–, la pintora María de Mazarrasa Quijano, dona un nuevo retablo que ella misma pinta e instala, sufragando todos los gastos, en 1953. Este es el retablo que pretende sustituirse por otro de supuesta mayor calidad artística, cuyo proyecto desconocemos.
Una larga historia, llena de vicisitudes, para un edificio religioso que ha compartido lo bueno y lo malo de la historia conformando la memoria de muchos santanderinos. El retablo de María Mazarrasa entra en este relato y en el sentimiento de muchas personas que han contemplado esa representación, tantas veces, en días felices o tristes.
No entramos en la valoración del retablo como obra pictórica, no es el único patrón para valorar el patrimonio cultural, y además tiene un componente subjetivo y personal; es necesario entender el valor histórico de cualquier bien y sin duda el retablo lo tiene. Nos parece demasiado frívolo un cambio decidido, unilateralmente, sin contemplar este aspecto, sin explicarlo a las gentes y a los feligreses. Para muchos ciudadanos ese retablo es su retablo y se debieran tener en cuenta esos sentimientos.
Firman este artículo: Aurelio G-Riancho, José M. Cubría, Esperanza Botella, Celestina Losada, Rosa Coterillo, Alberto Gutiérrez Hoyos, Ana Martínez, Karen Mazarrasa, Miguel de la Fuente, Carmen Sarasua, Luis Villegas, Orestes Cendrero, Joaquín Mantilla, Digna Fernández y M. Antonia de Castro.
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