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Al inicio de la segunda mitad del Siglo XIX Santander era una ciudad de apenas 40.000 habitantes, que crecía hacia el Este más allá de sus viejos límites medievales, en lo que hoy es el Paseo de Pereda hasta Molnedo y San Martín, donde ... acababa la ciudad. En ese momento El Sardinero era un lugar apartado al que no era sencillo llegar y donde unas pocas familias asentaban su casa de verano.
Podemos imaginarlo desprovisto de construcciones y carreteras, con praderías, abundantes masas de pinares, encinas y extensos arenales, arrecifes y acantilados. Este escenario natural se fue acomodando a lo largo de los años para el disfrute social, creando escenarios humanizados. El Sardinero es el resultado de una alianza entre la naturaleza y el hombre para concebir un hermoso paisaje que representa los valores más identitarios de nuestra ciudad, y también la imagen más admirada por los muchos visitantes.
Su línea de costa está presidida por una extensa playa orientada al levante, dividida en dos por un promontorio rocoso que llamamos 'Piquío', con forma de gran proa de piedra frente a las olas. Si mirásemos desde allí, hacia el Sur, podríamos imaginar cómo fue la Primera Playa, llamada entonces 'la pequeña', a cuya espalda había una costa rocosa e irregular que permitía que las olas se adentraran a voluntad en lo que hoy ocupa la Plaza de Italia. Al norte de Piquío está la que se llamaba playa grande, y luego 'Segunda', que se prolongaba hacia el interior en un campo de dunas y marismas cubiertas de vegetación, en donde hoy se encuentra el Parque de Mesones. Allí desaguaba el arroyo de Las Llamas, formando una breve ría que la marea inundaba hasta muy adentro.
Hasta los años 70 del siglo XIX El Sardinero se circunscribe al entorno de la Primera Playa. A partir de 1872 se inicia un proyecto para su desarrollo urbanístico. El promontorio de Piquío, todavía salvaje, había albergado desde 1702 la Batería de costa de San Antonio de Padua, ya entonces abandonada, y en 1897 el arquitecto Valentín R. Lavín Casalís inició su ajardinamiento con el cierre perimetral de la parte alta, lo que presentaba a Piquío como un mirador excepcional desde donde contemplar todo el Abra de El Sardinero. Allí se instaló inicialmente una escultura en homenaje a la figura de Augusto González de Linares, tan maltratada posteriormente por la pertinaz ignorancia.
En 1925 un joven arquitecto municipal, Ramiro Saiz Martínez, redacta el proyecto de los actuales jardines de Piquío. El diseño incorporó en la punta una amplia pérgola además de escalinatas que conectaban con la playa y el paseo marítimo, y miradores a diversas alturas hasta constituir el jardín que conocemos, una de las estampas más hermosas de El Sardinero y Santander. Posteriormente se plantaron las primeras palmeras y olmos, estos últimos ya desaparecidos por enfermedades.
A punto de celebrarse un siglo desde su inauguración, el Ayuntamiento de Santander anuncia que acometerá la mejora de los Jardines de Piquío con una inversión estimada en 1,5 millones de euros. En el año 1996 toda el área de El Sardinero fue declarada Conjunto Histórico Artístico, aunque, equivocadamente, su perímetro no incluye este jardín. Por esta carencia, resulta imprescindible resaltar su valor histórico y cultural para alentar a su conservación. Los Jardines de Piquío no están necesitados de nuevas ideas, se han de restaurar como si de un monumento se tratara, sin alteraciones ni sustituciones que desvirtúen el diseño original de su autor, y defender la personalidad de la época en que fue construido, en un Sardinero de finales del siglo XIX y principios del XX cuyo carácter de ciudad balneario, baños de ola y veraneo regio, representa los mayores valores paisajísticos de Santander.
Ante la inminente actuación municipal es pertinente advertir y exigir el máximo rigor en respetar, no solo su diseño original, sino también los elementos muebles y detalles materiales y constructivos que lo acompañan. Mantener su característica vegetación, los cantos de piedra rodada que contornean los espacios verdes, la bola del mundo, singular instrumento astronómico denominado 'Tierra Paralela' con su pavimentación original, sin las estridentes barandillas de acero inoxidable que se pretende añadir, la pérgola con sus jardineras, o los bancos en voladizo que diseñó Ramiro Saiz Martínez adaptando ideas de vanguardia en esos años, que deben respetarse y restaurarse escrupulosamente como piezas originales y nunca sustituirse.
Restauración, conservación, mantenimiento, son conceptos adecuados para tratar las obras de arte y como tal ha de entenderse una pieza tan excepcional como los Jardines de Piquío. Actuaciones como la realizada en la Plaza de Italia que, sin desmerecer la calidad de su diseño, no se corresponde en absoluto con el carácter histórico de El Sardinero, implícito en su declaración como conjunto histórico, no es un antecedente tranquilizador que haga presagiar una actuación respetuosa y sensible.
Sirvan estas líneas de advertencia del cuidado excepcional que merece un patrimonio tan importante y que es imprescindible respetar. Piquío tiene sabor a Sardinero, a mar y a verano. Es necesario su mantenimiento conservando el espíritu con el que nació.
Firman por el Grupo Alceda: Aurelio G-Riancho, Esperanza Botella, Domingo Lastra, Cesar Pombo, Miguel de la Fuente, Rosa Argos, Alberto G Hoyos, Rosa Coterillo, Mina Moro, María García-Guinea, Joaquín Mantilla, Celia Valbuena, María Trimallez, Claudio Planás, Angelines Basagoiti, Monse Martin-Sáez, Luis Peña, Celia Sobrino, Merche Fernández, Ana Trimallez y Cristina Gutiérrez-Cortines.
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