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En otra parte de este diario hallará usted una referencia de la investidura del doctorado 'honoris causa' de la Universidad de Cantabria al profesor Paul Preston, historiador británico experto en España, con numerosos títulos que en su mayoría versan sobre la Segunda República, la ... Guerra Civil y el franquismo. Sin duda, uno de los investigadores de obligada lectura para los españoles interesados en conocernos.
Ha venido a coincidir esta ceremonia académica con una efeméride y con un contexto político. La efeméride ha sido el 80º aniversario del final 'oficial' de la guerra (como el propio Preston ha narrado 'in extenso', después hubo una 'guerra' de represión con miles de fusilamientos). El contexto político es el de unas elecciones generales, las del 28 de abril, en las cuales algunos fantasmas de aquella tragedia arrastran sus cadenas por las noches en el castillo de la democracia española. Lo más conspicuo, sin duda, es el juicio en el Tribunal Supremo a una parte de los gobernantes autonómicos que proclamaron en 2017 la República independiente de Cataluña. Pero menos subrayado es que, en otros asuntos también, entre los que se cuenta la interpretación del pasado de España, se están reconstruyendo bloques culturales antagónicos y con el habitual apasionamiento.
Ya hace algo más de una década, en la edición revisada de su historia de la Guerra Civil, Preston había advertido de que sigue existiendo sobre este fenómeno una 'guerra de papel' o 'guerra de palabras'. Y esto, quizá, no puede tomarse como un simple epílogo literario que daría inofensiva continuidad simbólica a lo que fue un enfrentamiento real. Pues antes, y no sólo después, de las guerras de verdad, suele haber, precisamente, 'guerras de palabras'.
Al final del libro sobre oratoria española que Niceto Alcalá-Zamora escribió en 1946, en su exilio argentino, el expresidente de la República se preguntaba por qué la palabra, canalizando las emociones sociales en la tribuna parlamentaria, no había sido capaz de dar curso a la modernización del país. Y encontraba básicamente dos razones. La primera de ellas, el temperamento pasional de los españoles. La segunda, la pluralidad de las referencias históricas. Por ejemplo, los federalistas podían hallar antecedentes en los reinos medievales separados; los unitarios, en las muchas obras comunes, como el levantamiento contra Napoleón en 1808. Al unir la pasión con la legitimación histórica de proyectos contrarios, las Cortes republicanas, en vez de negociar dialécticamente las soluciones, habían sido hogueras retóricas que habían comunicado ese fuego a las calles.
Ciertamente, esta es sólo una hipótesis de un protagonista destacado, pero invita a prevención ante las 'guerras de palabras'. Pues, efectivamente, si la discrepancia de interpretaciones diera lugar a un mecanismo como el que Alcalá-Zamora describe, es decir, que cada uno hallara en la historia el combustible para encender su pasión unilateral, podría resultar que el episodio catalán, lejos de constituir el desvarío pasajero de un puñado de temerarios, no fuera sino la vanguardia de un nuevo fenómeno cultural de divisionismo, conducente a tiempos más oscuros en toda España.
Personalmente, tiendo a creer que si existe aún 'guerra de papel' sobre aquel periodo es porque nos falta algún punto de civilización y sensibilidad. Me parece inaceptable que haya pasado otra legislatura sin una debida averiguación de los lugares de Cantabria donde puede haber restos mortales de la guerra y la represión, y que no se estén entregando a las familias para cerrar el ciclo del duelo y la reconciliación.
Esto es mucho más importante que un tren con Bilbao que quizá nunca veamos. Es fraternidad nacional. Tampoco es correcto que el socialismo español no reconozca su importante responsabilidad en el naufragio de la República y siga hablando 'ex cátedra' sobre el asunto, como si los demás españoles fueran filosóficamente sus prisioneros ideológicos. Hay que ser un poco más liberal de espíritu y hacer autocrítica. El vasco-montañés Luis Araquistáin, mente brillante y viajada, fue un moderado reconciliador en su exilio de Suiza, pero cuando era el cerebro gris de Largo Caballero no resultaba ni tan moderado ni tan conciliador.
Preston ha comentado las estériles polémicas que hubo en el exilio sobre quiénes habían sido los responsables del desastre. Acaso algunas de esas polémicas no nacieron con la derrota, sino que daban continuidad a diferencias que estaban ahí mucho antes y que son parte de la explicación. Alejandro Lerroux, que había fundado su partido en Santander en 1908, culpa en sus memorias al presunto filosocialismo de Alcalá-Zamora, quien, por otra parte, había sido destituido por Azaña y Prieto con maniobra constitucionalmente muy dudosa. En las memorias de don Niceto se ve perfectamente la tensión con los tres personajes citados (dos republicanos y un socialista). Y qué decir de los problemas generados por catalanistas, anarquistas y vasquistas. No eran cosas menores. E. Allison Peers, paisano de Preston como profesor en Liverpool, y que organizaba cursos de verano en Santander desde la década de 1920, consideraba en 1936 que el problema de la República había sido «la carencia de un gran líder» centrista con ascendencia para implementar un plan de reformas más acompasado a la realidad del país.
Hay, en todo caso, una paradoja en estas 'guerras de papel'. El mejor funcionamiento de España se ha producido con una monarquía democrática parlamentaria como las del Reino Unido, Bélgica, Holanda, Dinamarca o Suecia. No con una república 'de trabajadores' (idea que vendió a las Constituyentes Araquistáin) ni con la dictadura posterior a la guerra. Que la apología de los fracasos pasados sustituya a la autoestima por los méritos recientes puede ser una patología peligrosa. Cuando nos pide otro oriundo montañés, López Obrador, que nos disculpemos con México, habremos de responder: «Espere su excelencia, que antes nos hemos de disculpar entre nosotros y no hallamos momento».
En 1631, trescientos años antes de la República, Lope de Vega, el fénix de origen montañés, escribió 'El castigo sin venganza', concepto que dicha tragedia desmiente y que las guerras civiles tampoco suelen permitir, por lo que estas no deberían ser nuestra única lectura. Un régimen político digno es aquel que sigue el primer proverbio del marqués de Santillana, en que dice: «ama y serás amado, y podrás hacer lo que no harás desamado». ¿No diría usted que una interesante definición de 'nación' es la de un gran grupo de amigos que no se conocen de nada?
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Ana del Castillo
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