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Hoy vivimos en una guerra permanente que eventualmente deriva en posguerra permanente, antes de recrudecerse en un interminable círculo vicioso. A este respecto los textos publicados en el número de la revista 'Claves' dedicado a GUERRA-la matanza interminable (julio-agosto 2022) - en particular las ... colaboraciones de militares profesionales- han terminado de abrirme los ojos. Nunca 'Claves', hoy dirigida por Fernando Savater, ha hecho mayor honor a su nombre.
Probablemente fue la de Corea la última guerra real. Ya la de Vietnam representó la transición a la pseudo guerra posmoderna. Las guerras actuales entran de lleno en la definición de la banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt. Su condición de banal nos engaña pues, al ser un simulacro de la realidad, creemos que será más manejable. Muy por el contrario, al ser irreal es por definición inmanejable y mucho más destructiva. La Sohá nazi contra los judíos es la prueba definitiva (Arendt dixit).
Me explico: como su nombre indica el «juego de fuerzas» -la composición de fuerzas- no es un ente en sí sino una acción dinámica; por este motivo la guerra no tiene sentido en sí, sino que solo cumple una función. La guerra no responde a la razón, no da la victoria al contendiente que tiene la razón más legítima como en teoría ocurre en un proceso judicial, sino al que tiene la mayor y más eficaz fuerza física. No resuelve el debate de valores e intereses, se ajusta al veredicto de las armas.
¡Mejor dicho! Esto había sido así hasta que la posmodernidad -la suplantación de la verdad real por un relato post verdadero- ha hecho que la fuerza militar deje de ser el factor decisivo.
Su lugar ha sido progresivamente ocupado por otro tipo de recursos que se hallan fuera del campo físico de batalla. La batalla decisiva es ahora una batalla de ideas, discursos y narrativas, mediante la «guerra híbrida». La utilización preponderante de medios y grupos no militares por ambos contendientes, para producir efectos sociales, económicos, humanitarios y políticos que creen un clima favorable a sus objetivos: presiones diplomáticas, operaciones de desinformación a través de los medios y las redes, ciberataques, infiltración de agentes, propaganda de guerra, disturbios, bloqueo comercial, atentados, desplazamiento masivo de personas...
Ahora bien, en los procesos posmodernos nunca se alcanzan soluciones sólidas sostenibles en el tiempo sino resoluciones provisionales; una especie de «tente mientras cobro» (mi abuela dixit) característico de la sociedad líquida (Bauman dixit) donde los conflictos devienen irresolubles y la subsiguiente destrucción interminable. Si hay una consecuencia definitiva, esta es la degradación del sistema político, es decir, de la convivencia ordenada y más o menos armónica. Entre el blanco de la escurridiza paz y el negro de la conflagración nuclear, hay una amplia zona gris en la que hoy nos movemos la mayoría de las poblaciones, un amplio espectro que va desde guerras civiles larvadas a la actual guerra de Ucrania. Con un denominador común, la preponderancia del relato irreal sobre la realidad real. Veamos:
La guerra de Vietnam, la de Afganistán y la de Irán, fueron perdidas por el que tenía la mayor fuerza física. La única explicación es que el relato de los vencedores fue más poderoso. Recuerdo bien la movida mundial contra la guerra de Vietnam, principalmente la movida dentro del propio Estados Unidos. Eventualmente Nixon tuvo que tirar la toalla. Similar movida tuvo lugar durante la guerra de Irak. El caso de Afganistán es diferente, ha sido la capacidad de resistencia de los talibanes, apoyados por Pakistán, la que ha acabado por minar la resistencia de los americanos; el relato de los talibanes dentro del propio Afganistán ha sido el arma que les ha dado la victoria. Lo mismo podemos decir de las derrotas de la URSS, no solo en Afganistán sino también en los países centroeuropeos durante la Primera Guerra Fría. La descomposición del imperio soviético fue una implosión desde dentro. El papel que sin duda jugó la OTAN no pasó de ser secundario.
Pero las citadas guerras posmodernas siguen vigentes. La Segunda Guerra Fría ha comenzado apenas 20 años después de terminada la primera. La de Ucrania sería la primera de una serie que probablemente se encadene a partir de ahora. Lo hasta ahora impensable deviene una opción cuando lo real y lo irreal se confunden, lo que era racionalmente esperable deja de ser un impedimento para intentar lo imposible: «seamos realistas, pidamos lo imposible»; «la imaginación al poder»; estos principios sustituyen el álgebra de lo posible por la retórica de lo imaginable. La realidad virtual crea nuevas fronteras que se instalan con un nuevo enfoque; no parte de los hechos sino que parte de las emociones y de los impulsos que estos provocan. Pero la dudosa sostenibilidad en el tiempo de esta visionaria iniciativa conduce a una única salida: la permanente huida adelante (Santayana dixit).
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