En política, igual no da igual

Los comicios obligan al análisis del dato y a insuflar autoridad al voto (útil, pasional, descarriado o mediopensionista) como si fuese un cuerpo necesitado del boca a boca. Pero el hecho político requiere mucho más que una reflexión fugaz y una disección de porcentajes. En ... todo periodo electoral el ruido de la anécdota suele ser más sonoro que la trascendencia de la cita. Durante semanas se oye eso de 'nos jugamos mucho', e incluso caben mensajes coincidentes que suenan a un metaverso en el que todos aspiran a cambiar el cambio. Y luego está lo de 'la hora de la verdad' como si los cuatro años anteriores hubiésemos sido víctimas de un experimento de criogenización. Al votante potencial se le trata de cliente y todo adquiere ese aire de haber despachado un trámite burocrático más. La degradación del lenguaje político, la frivolidad, la ausencia de propuestas uniformizan lo que verdaderamente tiene valor: la diversidad. Disfrazar las derrotas desdiciéndose, negando la realidad, arrepintiéndose, no ya de decisiones, sino de ideas, y tratar de borrar de la foto a los compañeros de viaje, resulta hipócrita. Es lo que hizo anoche el presidente Miguel Angel Revilla, desde el localuco de Amós de Escalante, en una comparecencia histórica que en buena medida desnuda al rey y deja a la intemperie al político profesional. La farsa fundamentada en la ausencia de autocrítica es uno de los signos de que muchos no entienden que la democracia tiene su propia gramática parda y sus mecanismos de defensa. Revilla no quiso hablar con la autoridad que le da el fracaso sino con la legitimidad de la prepotencia. Servir a la libertad también es sobrevivir en el error. Votar debería ser un ejercicio saludable, regenerativo, casi sanador, con ese mismo sentido con el que el filósofo Bruno Latour invitaba a «desconfinarnos de ciertas ideas hegemónicas». Parafraseando una de sus más lúcidas sentencias cabe decir que, en ocasiones, «no defendemos la política, somos la política defendiéndose».