En las semanas posteriores a la invasión rusa de Ucrania, las prioridades de la Unión Europea eran evidentes. En primer lugar, había de mostrarse firme ... en su defensa de la legalidad internacional, proporcionando apoyo diplomático y logístico a los ucranianos. Pasado este primer momento, las prioridades pasaron a ser otras: con la aprobación de sucesivos paquetes de sanciones llegaron las consecuencias económicas de la guerra, que requirieron reducir la dependencia energética de Rusia mientras se hacía frente a una creciente inflación. 515 días después de la invasión, la guerra en Ucrania se ha convertido en un factor estructural en la política europea: ante la amenaza de un conflicto crónico, la UE enfrenta una nueva realidad, en la que la cuestión ucraniana se ha vuelto indisociable de los grandes debates políticos, económicos y estratégicos del momento.
Esta nueva realidad requerirá, en primer lugar, repensar el debate sobre la ampliación de la UE. Durante el último año y medio, Bruselas ha sabido mantener una posición ambivalente, mostrando su apoyo a Ucrania y otorgándole el estatus (simbólico) de país candidato, pero explicando la realidad: que ésta se encuentra muy lejos de cumplir los criterios de Copenhague, los requisitos que debe satisfacer todo país que desee ingresar en la Unión. Sin embargo, el expansionismo ruso ha puesto de manifiesto la importancia de integrar a los países balcánicos y del Este en la órbita política, económica y estratégica de la UE. Y pese a que líderes como Emmanuel Macron y Olaf Scholz se han mostrado abiertos a ampliar la Unión siempre que se produzcan una serie de reformas de los Tratados, los obstáculos jurídicos (la unanimidad) y políticos (la ausencia de un consenso evidente) para dichas reformas son mayúsculos.
Si la ampliación de la Unión resultara imposible a corto plazo, Bruselas habrá de encontrar otra forma de acercarse a estos países, alejándolos, a su vez, de los cantos de sirena de Putin. La recién creada Comunidad Política Europea, cuya relevancia práctica todavía está por definir, podría proporcionar un nuevo foro para esta Europa a múltiples velocidades.
Más allá de su posible ampliación, la cuestión ucraniana también figurará en el debate sobre la reforma de la arquitectura fiscal comunitaria. Si mantener el apoyo militar a Ucrania será caro –unos 20.000 millones en los próximos cuatro años, como sugirió recientemente Josep Borrell–, hacer frente al enorme coste que supondrá su reconstrucción –unos 400 .000 millones, según el Banco Mundial– requerirá una movilización de recursos con muy pocos precedentes en la historia de la UE. Será, en otras palabras, un factor que deberá abordarse en los espinosos debates que se abrirán en los próximos meses y años: el rediseño de un pacto de estabilidad rígido y anticuado; la posible renegociación del programa Next Generation EU, que vence en 2026; y el nuevo marco financiero multianual, que deberá entrar en vigor en 2028.
Si mantener el apoyo militar a Kiev exigirá 20.000 millones en cuatro años, la reconstrucción necesitará 400.000
Sin embargo, el consenso político en torno a estas reformas se antoja más difícil de lograr que en 2020. En primer lugar, por el aparente regreso a la austeridad de Alemania, uno de los principales impulsores del fondo de recuperación. En segundo lugar, por los posibles cambios de gobierno en España y Países Bajos, dos de los Estados que habían liderado el debate sobre la reforma de las reglas fiscales. Por último, por el creciente peso político de una ultraderecha que podría mostrarse contraria a otorgar mayores competencias fiscales a la Unión.
La nueva realidad europea también invita a repensar el papel de Reino Unido en la arquitectura política del continente. Desde el principio de la guerra, el país ha hecho de su liderazgo en la respuesta a la invasión su principal bandera geopolítica tras el Brexit. A su vez, los últimos meses han visto un deshielo de sus relaciones con la UE. Más allá de lo coyuntural, sin embargo, ¿hay motivos para pensar en un acercamiento más sistemático entre Bruselas y Londres?
Un reciente informe publicado por el British Foreign Policy Group parece confirmar un cambio en la actitud de la ciudadanía británica hacia Europa. Por primera vez en años, indica el citado informe, hay «espacio y apetito para, como mínimo, unas relaciones más cordiales con la UE». La gran oportunidad para rediseñar la cooperación anglo-europea llegará en mayo de 2026, cuando se abra el período para revisar el acuerdo comercial suscrito tras el Brexit. Pese a la vaguedad del texto jurídico, nada impide renegociar aspectos delicados como el acceso británico al mercado interior o la cooperación judicial y policial. Y aunque es cierto que, hasta ahora, Europa sigue siendo un tema tabú en la política británica, los acontecimientos de los últimos meses –la estrecha colaboración militar, el acuerdo de Windsor, su previsible ingreso en el programa Horizon– invitan a pensar que,más allá del ruido mediático, Reino Unido puede haber iniciado un nuevo acercamiento a Europa.
A medida que la invasión de Ucrania se cronifica, la respuesta europea se ha vuelto cada vez más indisociable de los distintos frentes que tiene abiertos la Unión. Trazar una estrategia sostenible a medio y largo plazo requerirá, por lo tanto, una respuesta global, que reconozca que la cuestión ucraniana no va a desaparecer y que hacer frente a sus consecuencias políticas, militares y estratégicas conllevará repensar el complejo rompecabezas político que es Europa. En el horizonte asoman tres fechas claves: las elecciones europeas de 2024, que plasmarán el peso político de la ultraderecha y desembocarán en el nuevo reparto de carteras; las elecciones en Estados Unidos, que determinarán el apoyo político, logístico y militar que Washington proporcione a Ucrania, y el año 2026, en el que se renegociarán la arquitectura fiscal europea y el acuerdo de cooperación con Gran Bretaña.
El autor es:
Doctorando en Derecho de la UE por la Universidad de Oxford
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