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Uno. En el asunto del cambio horario intervienen factores muy diversos: económicos, políticos, culturales, sociales, personales y fisiológicos. Todos los años se produce el mismo debate entre expertos, y la población permanece confundida y perpleja.
¿Qué dice la población? Sin pretender hacer un estudio « ... estadísticamente representativo», he consultado a personas de diversas edades y características laborales. La primera conclusión es que el tema no deja indiferente a nadie. Las siguientes respuestas son significativas.
-Una opinión muy repetida ha sido: «Que nos dejen tranquilos. Yo creo que no sirve para nada: lo que se ahorra en energía a unas horas se gasta en otras».
-«No tengo obligación de madrugar; por tanto, no me preocupa que a las 8.30 de la mañana sea de noche; en cambio sí quiero que la tarde sea más larga, no me gusta tener que meterme en casa a las 18.00 horas y encender la luz... parece que me obligan a meterme pronto a la cama».
-«No me gustan nada los cambios de horario; siempre me dejan mal cuerpo: me paso dos o tres días desajustado».
-«No lo tengo nada claro, quiero suponer que los expertos lo han estudiado y han concluido que es lo mejor, pero la verdad es que todos los años surge la discusión sobre las ventajas e inconvenientes y veo que hay expertos de los dos lados».
-«No tengo ni idea sobre si es mejor o peor cambiar el horario. Pero si por la tarde tengo que encender la luz entonces la factura va a aumentar ya que precisamente es de 18.00 a 22.00 horas cuando la tarifa es más cara».
Dos. Como animales sociales, tenemos pautas biológicas y pautas culturales. En primer lugar, desarrollamos comportamientos que responden a la fisiología (los expertos señalan la influencia de los ritmos circadianos y cómo la alteración de los mismos afecta al metabolismo). Lo hemos comprobado: si dormimos menos de lo que nuestro cuerpo y actividad nos demanda, o si dormimos a deshoras, nos desajustamos: estamos cansados, y de mal humor, y poco lúcidos.
Por otra parte, la relación entre naturaleza y cultura es importante. Los ritmos de la vida social y las actividades humanas están vinculados con los ciclos de la naturaleza (en gran medida, la sociedad tecnológica nos ha liberado de esa dependencia). Por influencia del clima y de la ubicación geográfica en España hemos desarrollado costumbres diferentes a los que viven en otras latitudes. Aquí nos acostamos tarde, hacemos vida de noche; y, en gran medida, esas horas de la tarde-noche las dedicamos al ocio -no al negocio-; además, nos gusta estar al aire libre. Cuando con el cambio de horario se pierden horas de luz por la tarde son más las personas que protestan.
Tres. Somos animales de costumbres y, por tanto, somos reacios a los cambios. Para tener una vida más fácil establecemos rutinas, hábitos de vida. Siguiendo esas pautas de comportamiento acometemos las actividades cotidianas con más facilidad, sin pensar. El cuerpo, la mente, las actividades y las relaciones sociales se adaptan a esas rutinas. El cambio de horario implica alguna modificación de las rutinas, algunas actividades se incrementan y otras se reducen; no solo es cuestión de encender o apagar la luz. Cuando el cambio no es elegido por nosotros, se produce porque otros lo han decidido y, además, no se explica con claridad, la reacción en contra es mayor. La conclusión es fácil: los responsables políticos deben decidir apoyándose en los expertos y deben dar la oportuna explicación a los ciudadanos. La confusión actual no es buena.
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