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Cuando los de mi edad fuimos niños y unos amigos retábamos a otros no tan amigos a jugar al fútbol callejero hasta que la noche dijera basta, todos fantaseábamos con ser ese goleador que un día en los Campos de Sport o en el ... Bernabéu, repleto de aficionados, aclamaran nuestro nombre. En cambio el ser portero no era tan atrayente. No era lo mismo hacer un gol, que evitarlo. No era lo mismo 'qué golazo ha hecho', que.. 'Algo más podía haber hecho'.
El cancerbero ha sido tan olvidado que hasta a la hora de señalar el sistema que el equipo iba a emplear –por ejemplo, 5-3-2– no existía. En los entrenamientos su especialidad se recordaba al final de ellos, cuando todos sus compañeros lanzaban disparos a gol hasta que no le entrara aire en el cuerpo. El 'ejercicio' era llamado: 'Fusilar al portero'. Estos especialistas, cuando el primer balón de su vida se les acercó rodando y lo atraparon con las manos, ya se definieron por donde iban los tiros, añadiendo a su aventura ese 'podía haber hecho más' que no les dejará ya.
Han conseguido con su constancia en el trabajo, de estar en el baúl del olvido a ser considerados como pieza fundamental. Así han pasado a que la columna vertebral del equipo empiece por un buen guardameta. Han proliferado los entrenadores especialistas, han aparecido escuelas especializadas, y simposios donde la cascada de ideas no cesa, hasta han cambiado el color clásico de su indumentaria –oscuro– por los más chillones porque, dicen, atraen la mirada del tirador... Estos maniáticos, llenos de rituales y en busca constante de la perfección. Como los exarqueros racinguistas Javi Alonso, por ejemplo, que declaraba que la primera acción le marcaba el devenir de su actuación y siempre se vendaba la muñeca izquierda, que nunca tuvo lesionada; Pedro Alba, que manifiesta que los matices en los porteros tienen una importancia elevada. Y como contrapunto a esta reflexión, nuestro maestro, también tenía su manía: Al llegar a la portería escupía hacia atrás girando la cabeza como la niña del exorcista. Paco Liaño –el mejor Zamora en promedio de goles– exponía que nunca hubo un partido menor para él. Por eso su manía fue recopilar datos del contrario. Eran tan óptimos que sabía hasta el número de botas del adversario. Y José Ceballos –el gato de Pamanes– nos dijo que era muy duro convivir con el error. Tocaba el larguero con unos saltitos al unísono del pitido inicial, que era su manera de pedir alianzas para que la confusión no llegase. Atrás quedaron los tiempos cuando alegando a la ubicación hacían esa raya en el césped. Cuestión que la tenían tan impregnada en su cerebro –la raya– que la he visto hacer en campos de ¡hierba artificial!
El viernes comenzará otro partido en los Campos de Sport y el meta local se acercará a la portería, donde será recibido por los aficionados locales con una cerrada ovación. Este gesto repetido desde tiempos inmemoriales por los aficionados racinguistas de las gradas de detrás de las portería es el vínculo que une a la afición con su portero, un contrato de fidelidad que no necesita firma para asociarse en el deseo compartido de que su portería quede inmunizada de ese balón que llega impregnado del linimento que más escuece en el fútbol, el gol en contra. Y esto no quita para: 'Podía haber hecho más'.
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