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No sabemos si habrá sido el susto pandémico o el impacto por la declaración de Rociito (recuerden, sin tilde), pero merece la pena celebrar el retorno a nuestros canales de televisión de las películas de tema religioso, como ha sido siempre costumbre ... en Semana Santa, para ver si el alma despierta así de su entramado de sueños laicos. Telecinco, que necesita la redención del Espíritu más que ninguna otra empresa en el mundo, aprovechó el Jueves Santo para emitir 'La habitación', excelente cinta de Lenny Abrahamson, basada en la novela homónima de Emma Donoghue. Al día siguiente, fue Paramount la que sirvió el plato fuerte con 'La Pasión', de Mel Gibson.
Podría discutirse el carácter confesional de la película de Abrahamson o el enfoque desbocado de Gibson, que exhibe la tortura y muerte de Jesús de Nazaret con una minuciosidad de escándalo. Si no lo hemos entendido mal, el mensaje del cristianismo -el mensaje bíblico, en general- trata de una distorsión de origen en la relación del ser humano con Dios que hizo irrumpir el pecado y la violencia en el mundo y que, únicamente, el sacrificio de Cristo fue capaz de reparar, alumbrando la posibilidad de la salvación.
'La Pasión' carece, sin embargo, del empaque de las escrituras en las que pretende basarse. En Europa, el personal conoce, al menos esquemáticamente, los principales aspectos del Evangelio, la palabra y crucifixión de Jesús, pero en la obra del australiano golpean más fuerte al Nazareno y todos los personajes hablan en arameo o latín. Un hallazgo, pero, ay, insuficiente.
'La habitación', por el contrario, al ser un relato moderno, permite penetrar más fácilmente en su sentido. El argumento es simple: una adolescente vive secuestrada en un cobertizo por un hombre que la viola, dejándola embarazada. Allí da a luz y cría a su hijo durante cinco años. Al principio, ella quiere ocultar al pequeño la triste realidad de su situación y diseña para él una rutina que permite la vida en el encierro. Un día, desesperada, convence al niño de su obligación de escapar y buscar ayuda. Es decir, quiebra la seguridad de su mundo escueto y le invita a saltar hacia la libertad, arriesgando la costumbre para conseguirlo. Imposible no encontrar en esta historia una semilla fértil del meollo monoteísta: la preocupación por todos los muros -el tiempo o el cobertizo- que impiden al ser humano alcanzar su plenitud y lo someten a la asunción del pecado y a la pérdida de la dignidad. Y, también, difícil no identificar esa fuga con todos los éxodos que en el mundo han sido para convencernos de que no somos para la muerte.
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