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No hace mucho que alguien* me preguntó si, a la vista de la situación económica existente en Europa, cabía hablar de un futuro cercano de ... hambre y frío. En ese momento le respondí con contundencia que no, que no tenía sentido pensar en algo tan dramático. Ahora, con un poco más de perspectiva y viendo la forma en que evolucionan los acontecimientos, sigo pensando lo mismo, aunque he de reconocer que cada vez me parece más probable que ese aciago futuro pueda convertirse en realidad. ¿Soy yo el que ahora está dramatizando demasiado? Espero que sí y que, al final, las aguas vuelvan a su cauce, pero tengo mis dudas.
África es un continente en el que, por un conjunto muy amplio de circunstancias endémicas (sequías, corrupción, guerras, etc.), muchos de sus habitantes padecen malnutrición y hambre de forma reiterada. Ahora, con la guerra en Ucrania y el corte de suministros de cereales que la misma conlleva, las probabilidades de que ambas desgracias aumenten de manera desproporcionada son una realidad imposible de soslayar. En el caso de Europa, sin embargo, nada da a entender que, por mucho que se complique el escenario político, militar y económico, vayamos a llegar a una situación parecida a la de un buen número de países africanos. Lo que sí puede ocurrir, y de hecho ya está ocurriendo, es que muchos productos alimenticios básicos se encarezcan tanto que una parte importante de la población sufra auténticos apuros para poder mantener una dieta equilibrada: recordemos que, con la inflación desbocada, el riesgo de pobreza no hace más que aumentar. Así pues, veo poco probable que Europa se vea afectada por una auténtica ola de hambre, pero no veo nada quimérico que amplias capas de la sociedad tengan que enfrentarse a verdaderas dificultades para llenar sus estómagos de forma medianamente satisfactoria.
Aunque distinto, lo del frio tampoco está muy lejos de suceder. Si, como se teme, el suministro de gas ruso a los países europeos se complica más de lo que ya lo está en la actualidad, no sólo ocurrirá que su precio seguirá batiendo récords, sino que, además, su uso podrá llegar a racionarse. Como, tanto directa como indirectamente, el gas es vital para el desarrollo de muchas actividades agrícolas, industriales y de servicios, pero también para calentar nuestros hogares, oficinas y centros de trabajo, no me cabe ninguna duda de que una parte importante de la población europea va a sufrir, quizás como nunca en el pasado reciente, los rigores del frío invierno.
¿Es exagerada esta visión un tanto apocalíptica del invierno que tenemos a la vuelta de la esquina? Pudiera serlo y ojalá lo sea, pero la incertidumbre es tal que más valdría que estuviéramos preparados para ello. Por desgracia, a corto plazo no es mucho lo que podemos hacer en ninguno de los dos frentes mencionados, salvo ser muy conscientes de las amenazas y actuar con frugalidad: reducir al máximo el desperdicio de todo tipo de alimentos y ahorrar todo lo posible en el consumo de energía; esto es, evitar el despilfarro al que, como sociedad, estamos tan habituados.
A medio y largo plazo, sin embargo, la solución está en nuestras manos. La guerra de Ucrania y todos sus efectos colaterales parece que nos han concienciado de que poner todos los huevos en materia energética en una sola cesta es hacernos dependientes de fuerzas ajenas a nuestro control. No sólo tenemos que diversificar más las fuentes de suministros, sino que, además, debemos ser más autosuficientes: la transición hacia energías limpias, en las que Europa debería ser, y en buena parte es, un líder constituye, me parece a mí, la alternativa más viable para solucionar el problema de la dependencia del gas (ruso, argelino, estadounidense, etc.). Sabemos que llevará tiempo, pero, hoy por hoy, no se ve ninguna alternativa viable, por lo que la conclusión es obvia: hay que acelerar la transición verde tanto cuanto sea posible.
Al igual que sucede con el gas, la guerra de Ucrania ha evidenciado la debilidad de la agricultura europea, en particular en relación con algunos productos muy básicos. En este sentido, y pese a los logros de la PAC en otros ámbitos, no creo ser exagerado al decir que, si no ha conseguido proporcionar suficiente seguridad alimentaria a los ciudadanos europeos (y no ha logrado fijar a la población en el campo), es que ha fracasado. Seamos conscientes de ello y aprovechemos la ocasión para fortalecer el campo.
* Gracias, Jesús.
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Ana del Castillo
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