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Con frecuencia hemos oído a algunos políticos, de una u otra tendencia, criticar a la Unión Europea como un nido de burócratas que no sirve ... para nada y que nada nos aporta, salvo ponernos dificultades que impiden nuestra independencia y dificultan nuestro desarrollo.
Ante planteamientos tan simples, la respuesta podemos darla cada uno de nosotros haciéndonos algunas preguntas tan sencillas como: ¿qué sería de nosotros si no estuviésemos integrados en la Unión Europea?, ¿quién nos prestaría un duro -a buen precio, claro es- para hacer frente a nuestro creciente déficit anual y a nuestra inmensa deuda?, ¿qué sería de nuestra vieja peseta si no tuviésemos el euro?, ¿qué no estarían intentando, cuando no realizando por la vía de los hechos, algunos dirigentes políticos, en su plan de romper la unidad de España?
Son tantas las preguntas que podríamos seguir formulando que es innecesario seguir por tal vía, pues seguro que cada lector que tenga la amabilidad de haber llegado hasta este punto podría añadir otras tantas, con tanta lógica y razón, que automáticamente deberían quedar añadidas a las ya formuladas. Analizar algunas de ellas puede darnos una pista de la trascendencia de nuestra permanencia en la Unión Europea y de lo importante que es para nosotros, como para toda Europa, el que no sólo aquella no se debilite sino que, por el contrario, la enorme crisis económica a la que estamos abocados, sirva para una profunda reflexión de los países que la integramos para conseguir una Unión Europea más fuerte y solidaria, cumpliendo así esa máxima que dice: «La solución a los problemas de Europa es más Europa». En definitiva, la consecución, en un plazo de tiempo prudencial, de los Estados Unidos de Europa, con un Parlamento fuerte y representativo, un Gobierno Comunitario que responda solo ante el mismo, unos Tribunales acordes con las competencias que a los otros órganos les correspondan y, por ello, con una voz única en el exterior y una política de defensa que responda a nuestras necesidades interiores y a las que, como potencia mundial que debemos aspirar a ser, puedan correspondernos en misiones internacionales, configurando, en definitiva, un pleno y efectivo Estado Federal.
Pero, volviendo a algunas de las preguntas que inicialmente planteábamos resulta interesante analizar cuál sería nuestra situación si hubiéramos permanecido fuera de la Unión Europea. Las respuestas son sencillas: no tendríamos muchas de las autovías ni trenes de alta velocidad que hoy enlazan nuestra geografía, pagadas en una gran parte por lo que hemos venido en llamar 'Bruselas', como tampoco grandes sectores de nuestra economía se hubiesen beneficiado de las transferencias que anualmente les llegan por la misma vía para su mantenimiento y desarrollo. Ello no significa que no haya habido determinados colectivos, y hasta amplios sectores, que hayan salido parcialmente perjudicados, pero para eso debieran estar nuestras autoridades centrales y autonómicas para, corrigiendo las mismas, ayudar a quienes lo precisen.
Y ahora, en el caos desatado por el covid-19, ¿qué sería de nosotros? Fácil es pensar lo que algunos políticos estarían haciendo en España para conseguir sus innobles objetivos de acabar con nuestro sistema constitucional del 78 y por el extranjero para intentar el reconocimiento internacional a la ruptura de nuestro país, al comprobar como en estas duras circunstancias siguen azuzando la división entre los ciudadanos, despreocupándose de lo único que deberían hacer, cual es intentar solucionar los problemas sanitarios y económicos que tan gravemente a todos nos afectan. Por otra parte, ¿qué valor tendría la vieja peseta si la máquina de hacer billetes hubiera seguido en manos del actual Gobierno en vez de que el euro, nuestra moneda comunitaria, esté controlada por el Banco Central Europeo, apoyada por todos los países que integran nuestra unión monetaria, y así domesticada en nuestro país una inflación que en caso contrario estaría totalmente desbocada?
Resulta, por ello, significativo comprobar como muchos de los que alegre e insensatamente defendían nuestra salida de la Unión Europea permanecen ahora callados ante la crisis global que estamos padeciendo y el importante apoyo económico prestado por parte de nuestros socios comunitarios para conseguir la estabilidad que con tanta urgencia como necesidad precisamos para superarla. Confiemos en que esta crisis, que tan duramente a todos nos está golpeando, sirva de acicate para dar un empujón más a esa Unión Europea que, a pesar de sus defectos, es imprescindible no solo para quienes de ella formamos parte -sobre todo si Europa quiere representar algo en el tablero mundial, en vez de ser individualmente un conjunto de países irrelevantes- sino también para quienes nos observan desde fuera como posible referente para otras áreas geográficas, de las que los países iberoamericanos, tan cercanos a nosotros, podrían ser lógicos beneficiarios si un día quieren ser algo más que el patio trasero de los Estados Unidos.
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