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Yo como tú, soy montaña/ y siento que eres, como yo, persona/ nos cubre el cielo con igual corona/ y ambos salimos de la misma entraña», Unamuno, 'A mi hermana la montaña«.
Miguel de Unamuno fue un humanista y un montañero que forjó su ... fe cristiana en el Creador por la naturaleza, desarrollada en sus novelas, ensayos y poemas. Amor de Unamuno a Dios que por la admiración también cada otoño disfrutamos en los bosques, costas y cimas de nuestra región de Cantabria. Como ahora, al escribir estas líneas frente a la chimenea encendida, con una cálida taza de té de monte, una pipa de buen tabaco y una noche iluminada sobre las brañas, hayedos y picos por una fantasmagórica luna. Belleza que estremece los sentidos, impulsa al corazón a trascender lo creado en el Creador y hace exclamar que es un privilegio vivir cada otoño montañés.
Hermosura otoñal en la límpida luz que, con un color especial, alumbra los multicolores de la foresta en la caída de sus hojas. Otoño montañés de las mareas vivas y los temporales cantábricos preludio de las galernas, en los amaneceres de la luna llena, en la alfombra de hojas y ramas de los árboles de hoja caduca, en los ocasos del sol sobre los Picos de Europa ensangrentándose sobre un mar de nubes sus enhiestas crestas y sus profundos 'jous'. Y se escuchan los cánticos de los venados por las praderías y collados, mientras, como describió Pereda en 'Peñas Arriba', se despeñan sus bramidos desde Campoo hacia Polaciones, desde el Coriscao y los puertos de Peña Prieta a Liébana, desde el Cuernón de Peña Sagra, por las canales de Ajotu y Tanea hasta Lamasón. Son los clarines de los desafíos de los combates de los machos por las manadas de hembras que conquistarán, como una metáfora del ser humano, el más fuerte o el más listo de los ciervos.
En los hayedos, castañares y abedulares, apunta la caída de sus hojas, acelerada por las lluvias que anticipan la primera nevada en las montañas. Campoo, Lamasón, Peñarrubia, Liébana, Saja, Polaciones, toda La Montaña es un paraíso otoñal que se desviste de sus galas veraniegas para, desnuda su naturaleza, completar el rito vital de las estaciones hasta su resurrección primaveral. Humean las chimeneas de las aldeas y desprenden un aroma de leña en sus calles. Los establos huelen a heno y hierba seca, arreglados para el regreso invernal de las bravías tudancas desde las praderías de Sejos, Los Lagos, Cirezos, Tanea o Arria a los pueblos de Campoo, Saja, Liébana, Lamasón y Peñarrubia. Manzanos, castaños, avellanos, moras, endrinas, setales, rinden sus cosechas. El maíz y sus panochas están prestos a ser forraje. Espera al cerdo la matanza de borono, morcilla, jijas y chorizo. Al fuego de la lumbre en la antigua escuela, las magostas, acompasadas por tonadas asturianas y montañesas, reúnen en un mismo danzar a ancianos y jóvenes, transmitiéndose la sabiduría y tradiciones de los viejos a las nuevas generaciones.
Y también la costa, como un óleo, pinta el gris cantábrico de color glauco, mientras intensas mareas invaden nuestras playas de finísima blanca arena. La recogida de las algas complementará la de los frutos otoñales de bosques y huertas. Y los últimos bañistas toman un dulce sol en las ahora vacías playas. Acabado el bullicio veraniego de los turistas, es una vivencia mística caminar en silencio sobre los acantilados y calas bajo un cielo plomizo, acompasados los pensamientos por el rumor de las olas, elevada la inteligencia al misterio de la muerte y de la vida, vencida después la melancolía del abrazo de la fría brisa marina del Cantábrico tomando algo con los amigos en cualquier restaurante de los que jalonan los bosques y costas de nuestra tierra.
Todo lo descrito, y mucho más, es nuestro otoño montañés, hasta que se abra la puerta del invierno cuando los cementerios engalanen sus tumbas por quienes, como escribió Chesterton, en un «gesto tan humilde como sublime depositan una flor sobre la tumba del ser amado», condensando el amor infinito por quienes ya descansan con el Creador. Otoño montañés para todas las edades, familias, personas de esta región mágica que es La Montaña. Un conjunto armónico de costa y bosque, montaña y pueblos, naturaleza y cultura, historia y tradiciones, placer y entrega de cuerpo y alma por la naturaleza, que es un tesoro en este trocito de España donde cada año el Creador nos dona el privilegio de compartir con los seres amados, o con el rumor de nuestros pasos, la lluvia de hojas al viento en hayedos y abedulares, el rumor de las olas, el titilar de las estrellas, la paz y hermosura infinita de un nuevo otoño montañés.
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