Secciones
Servicios
Destacamos
Hoy, 9 de agosto, se cumplen 75 años del lanzamiento de la segunda arma nuclear contra Japón, en la ciudad de Nagasaki. Tres días ... antes, el avión Enola Gay había inaugurado la negra etapa de la guerra nuclear al destruir la ciudad de Hiroshima. Fue Harry Truman, presidente de los Estados Unidos -recién llegado al cargo tras la muerte de Franklin D. Roosevelt- quien tomó la decisión de lanzar la bomba atómica contra la ciudad japonesa de Hiroshima. El artefacto nuclear arrasó la urbe y mató directamente a 140.000 personas (esta es la cifra de mayor consenso entre las diferentes estimaciones) y contaminó gravemente a otros muchos miles más, que terminaron falleciendo a causa de la radiación.
El lanzamiento de la primera bomba atómica ha suscitado, desde el mismo día en que se produjo el Apocalipsis sobre Hiroshima, un enconado debate ético acerca de la legitimidad de ese hecho. Para algunos historiadores y filósofos el uso del arma nuclear ha sido calificado como crimen de guerra, para otros una decisión acertada y legítima.
Para tener una visión completa de los elementos que estuvieron presentes a la hora de tomar la decisión es necesario analizar el contexto. Los científicos trabajaron en riguroso secreto - el presidente Truman no tuvo la certeza de que la bomba estaba lista hasta que murió F. D. Roosevelt- y le correspondió a Truman tomar la decisión tras analizar los informes de los generales que dirigían la guerra en el Pacífico contra el imperio japonés.
La situación, desde el punto de vista militar, estaba clara: La caída del III Reich, en los primeros días de mayo de 1945, puso el punto final a los combates en Europa, lo que permitía a los aliados (Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia fundamentalmente) volcar todo su potencial bélico en el Pacífico. Ese hecho, y la situación de Japón en franco retroceso, sin posibilidad de abastecerse de combustible y otras materias primas, aseguraba la victoria de los EEUU sobre su enemigo japonés. Por si esa situación no fuera suficientemente grave, Rusia abría un nuevo frente contra Japón, una vez que su ejército había entrado en Berlín. Con lógica militar, el gobierno nipón debía rendirse y negociar un futuro lo menos costoso posible para los ciudadanos.
Contra toda lógica, tanto los militares como los civiles que gobernaban Japón rechazaban rotundamente la idea de deponer las armas, aceptar la derrota y salvar el máximo de vidas humanas y bienes materiales. Los militares nipones estaban adoctrinados en el bushido, que consideraba una deshonra la rendición y que propició los ataques kamikazes y las cargas suicidas.
La batalla de Iwo Jima fue un duro ejemplo para el ejército estadounidense. Iwo Jima es una isla de pequeño tamaño alejada de Japón. El avance de la flota aliada dejó Iwo Jima sin posibilidad de recibir suministros y sin más futuro que la rendición o la muerte al cabo de unos meses sin posibilidad de recibir alimentos, medicinas y mucho menos armas. Para los estrategas de Washington la isla tenía mucho valor, porque permitía utilizar sus dos pistas de aterrizaje y de esa manera atacar Japón con menos pérdidas. La conquista de esa diminuta isla produjo miles de muertos entre las tropas norteamericanas y demostró que los militares nipones no se rendían nunca. La pérdida de vidas de jóvenes americanos fue enorme y la historia se repitió en Okinawa, el siguiente paso hacia la conquista de las islas que componen Japón.
Los expertos de los EEUU supieron, a través de la interceptación de las comunicaciones, que el gobierno y los generales japoneses no contemplaban la rendición en ningún caso. Estaban dispuestos a defender su patria hasta el último militar e incluso a sacrificar a la población civil. Con esos datos, el presidente Truman tuvo conocimiento de que proseguir la guerra y desembarcar en Japón supondría la muerte de un millón de jóvenes compatriotas y la prolongación de la contienda durante al menos un año.
La decisión de utilizar la bomba atómica surgió de estas expectativas y de la seguridad de que los japoneses no estaban dispuestos a aceptar la derrota y, consiguientemente, la rendición. La prueba más evidente es que tras la devastación de Hiroshima no se produjo la rendición y que con la segunda bomba atómica hubo serias disensiones entre militares, políticos y el propio emperador para aceptar la capitulación... hasta el punto de que un grupo de militares puso en marcha un golpe de estado para tomar el poder y proseguir la guerra.
Truman se enfrentó a un dilema de enorme calado: provocar miles de muertes civiles en un solo día con un arma nueva y terrorífica o proseguir la guerra convencional, a sabiendas de que cientos de miles de soldados americanos iban a morir y que la devastación de Japón sería tan grande o mayor que la producida por el arma nuclear. No se debe olvidar que poco antes de la explosión de la bomba nuclear la aviación lanzó un ataque masivo con bombas de fósforo sobre Tokio, que provocó un gigantesco incendio en el que perecieron más del doble delas víctimas de Hiroshima.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.