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Como cada mañana, resuena la alarma del reloj. Son las 7.30, Paula sigue en la cama, le cuesta levantarse, su pereza ha ido en aumento en los últimos tres o cuatro meses, y tiene que acudir su madre para animarla y recordarle ... que llega tarde al colegio. La madre se ha dado cuenta de este detalle, del cambio que ha observado en su hija, de la actitud con la que comienza cada día, lenta, teñida de tristeza y negativa, incluso le pregunta si le pasa algo. Paula ni responde, comenzando el comportamiento repetitivo de cada mañana, eso sí, ralentizado y con muy pocas ganas de superarlo.
Este día la madre se quedó pensativa, porque claramente observó que su hija había sufrido un cambio importante. Es trabajadora y optimista, habladora, expansiva y comunicativa, sensible, siempre rodeada de un grupo importante de compañeros. Pero todo eso ha ido desapareciendo para volverse huraña, perezosa, menos trabajadora, con peor carácter y más solitaria. Además, algo que ella cuidaba mucho, era su dieta. La madre, con este razonamiento, se lo comentó a su marido que no hizo mucho caso. Era hija única y pensaba que contaba con mucha protección y con excesivos cuidados. La madre, no obstante, no quedó satisfecha y solicitó una cita con el tutor del curso. Le expuso el cambio de comportamiento de la niña, y que lo que más le había alarmado era lo descuidado de la dieta, además de su pereza y retraimiento, sin que en casa hubiera ocurrido nada nuevo, ni tampoco en la familia. El tutor le manifestó que también había observado que en los últimos meses había bajado su rendimiento, que la veía más ausente, más lejana, distante y distinta. No participaba jamás de forma espontánea en tarea alguna y deambulaba sola o casi sola. Sólo una niña en ocasiones la acompañaba. Cumplía mal las tareas o los deberes en casa y notaba cierto descuido. La madre conocía a la niña, que en principio era la única que la acompañaba y antes que con ella habló con su madre. Habían coincidido en muchas ocasiones cuando de pequeñas las acompañaban al colegio, ésta, después del encuentro, le prometió que hablaría con su hija a ver que le contaba.
La amiga, a preguntas de su madre le comentó que Paula lo estaba pasando mal, que estaba muy triste y se sentía muy sola y desgraciada, y que como siempre sacaba buenas notas, en una ocasión, una niña algo descarada se dirigió a ella comentándola «estarás contenta con esa nota, te va a compensar ese tipo de sapo grasoso que tienes», y despectivamente se alejó.
Desde entonces, ésa y alguna otra niña que andan a su alrededor, por temor a su descaro y mala educación, incluso agresividad, han comenzado a llamarla «sapo grasoso», y esto, a pesar de su fortaleza y bondad, ha ido minando su seguridad y con ello disminuyendo su rendimiento y cambiando su carácter.
La niña se lo ratificó a la madre de Paula, y ésta muy preocupada, nuevamente se citó con el tutor, y con el director del colegio, exponiéndoles «el drama de su hija», de su sufrimiento diario y permanente, de su lento, pero importante cambio de carácter, de su temor ante la pena en la que vivía. El director del colegio, junto al tutor, citaron en su despacho a Paula y a su amiga, junto a la compañera descarada y a otras dos amigas de ésta. Hablaron a todas con claridad, les hicieron entender que con su actitud están destruyendo la vida de una amiga, pues además de provocar su infelicidad y su marginación, todo ello podía terminar en una situación peor, por lo que se hace necesario y urgente la cooperación entre ellas. «Por eso, desde ya, proponemos que forméis un grupo en forma de piña, desde el que nazca una relación sin reparos, abierta y generosa, poniendo fin a esta situación con enormes perjuicios para todos».
Al grupo de compañeras se unieron el grupo de padres -la dirección les había comentado los hechos-, haciéndoles ver que no hay culpables, que en principio, no hay buenos ni malos, que hemos de sembrar la solidaridad, el compromiso, la igualdad, la cooperación y el entendimiento sin rencores. «Lo que ha ocurrido entra dentro de un patrón normal de comportamiento. Una niña se siente mal porque no saca la nota deseada y hiere en ocasiones de forma inconsciente a la que lo ha conseguido, algo que entra dentro de los patrones normales del comportamiento humano. Sembremos la paz, la cercanía, reforcemos el equipo, especialmente todos -director, tutor y padres-. Vivamos más cerca de nuestros hijos y siempre pensemos que su comportamiento delata su grado de salud mental. Estemos pues alerta». Nada trascendió de lo sucedido, más que la cohesión de un grupo que daba ejemplo de comportamiento solidario y que en estado de vigilancia, sembraba la concordia y la cercanía en cada conato de rebeldía o tensión que surgiera.
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