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Hubo un tiempo en el cual el sol no se ponía sobre el reino de España, pero un buen día se nubló. De hecho, se puso a llover, y con ganas. ¿Qué ocurrió para tal ocaso? Sería demasiado extenso y prolijo estudiar las razones ... dado el escaso espacio del que dispongo -una forma educada de decir que carezco de los conocimientos y la capacidad, me temo, para explicarlas-, si bien, en mi defensa he de decir que procuro leer para que mi incultura sea una simple ignorancia. Fue así, leyendo, en este caso pasajes de la historia argentina, como di con un nombre, Pedro Andrés García de Sobrecasa, que de entrada les dirá lo mismo que a mí entonces. Y luego, con otro (agárrense al asiento): ¡Tercio de cántabros! o batallón de voluntarios urbanos cántabros montañeses, que era su nomenclatura oficial. Si bien dicho batallón englobaba a vizcaínos, navarros, asturianos y castellanos del norte, la presencia de oriundos de Cantabria era mayoritaria. De hecho, el rol de infantes de dicha unidad está repleto de apellidos cántabros, como Toca o Salcines. En especial su cuarta compañía, a cuyo frente se hallaba el capitán Pedro Andrés García, estaba integrada al cien por cien por genuinos montañeses.
¿Por qué me llamó la atención dicho capitán? En primer lugar, porque era natural de Caranceja (Reocín); luego, porque fue un héroe durante las guerras contra el invasor inglés cuando éstos intentaron conquistar el virreinato de Río de la Plata, nombre con que se conoció hasta principios del siglo XIX al territorio que hoy forman Argentina, Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia. También porque fue un renombrado topógrafo, explorador y escritor y porque fue un héroe mientras combatió del lado realista contra los insurgentes criollos. Habida cuenta del desbarajuste en que se había convertido España, sometida por un lado a los dictados de Napoleón y al desgobierno borbónico por otro, se unió a los revolucionarios para convertirse en una leyenda, hasta el punto de ser considerado uno de los padres fundadores de la patria argentina y, principalmente, me sentí atraído por el personaje porque, como ya me pasara con otros cántabros sobre los cuales he escrito en anteriores artículos publicados en este periódico, a pesar de ser nativo de nuestra tierra, no tenía ni idea de su existencia, y presiento que no interesa que se divulgue, me temo. Porque esto es España, o más o menos lo que va quedando de ella.
Pero enorgullezcámonos al menos de nuestras glorias pasadas, antes de que la política nos jubile como pueblo y no nos quede sino la contemplación nostálgica de las ruinas de lo que una vez fuimos.
Corría el año 1806 cuando las tropas inglesas comandadas por Sir Home Riggs Popham y William Carr, vizconde de Beresford, tras desembarcar en Quilmes, ocupan Buenos Aires casi sin combate al huir sus autoridades. El militar de origen francés, Santiago de Liniers, necesitado de tropas, dio orden de formar batallones urbanos y así nació el mencionado Tercio cántabro, con civiles armados a toda prisa que combatieron durante el verano contra el invasor inglés. Con éstas y otras tropas hasta el número de 1.600, más una flotilla comandada -¡oh sorpresa!- por otro cántabro, el capitán de navío, Juan Gutiérrez de la Concha, natural de Esles, ataca al general Carr en Buenos Aires. El tercio combate el día 2 de julio en el Campo de Barrancas contra un enemigo superior y son derrotados, aunque logran retirarse sin perder su parque. Al día siguiente, vuelven a la carga y ocupan el vital barrio de Santo Domingo. Tras atrincherarse, el 5 de julio rechazan cuatro ataques lanzados por más de 1.400 hombres escogidos y dirigidos por el propio general Crawford. Finalmente, abrumados, se refugian en un convento sobre el que se abate todo el poder de los cañones enemigos. Con grandes pérdidas, y tras recibir el peso de la artillería, contraatacan obligando a rendirse al general inglés junto a más de 900 enemigos. En la victoria se destaca a nuestro capitán. El 18 de septiembre el batallón cántabro adquiere rango oficial. Vestía uniforme azul con bocamanga encarnada, camisa y pantalón blanco y sombrero de copa con escarapela. Desafortunadamente, no han sobrevivido descripciones sobre su bandera, aunque otras unidades ondeaban las propias de sus respectivas provincias peninsulares de origen.
Otro tanto ocurriría en la nueva intentona anglosajona del año siguiente, que sería prolijo reseñar. Nuestro capitán acabaría la guerra con el grado de teniente coronel y comandante de dicho batallón.
Una historia, la de Pedro Andrés García y el Tercio de cántabros, que merece conocerse, que nos habla de países hermanos, de héroes y antepasados comunes, de cuando éramos uno, de cuando éramos España. Quizá, por eso, no interesa divulgarla.
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