Secciones
Servicios
Destacamos
Las modas en la literatura tienen tanta influencia o más que en el calzar, en el peinar o en el vestir y además ayudan al hábito de la lectura y a la formación de los jóvenes. Ahora se lleva la novela histórica que comprometiendo ... la realidad del pasado a conveniencia, construye fácilmente vidas noveladas, auténticas y falsas, que tienen sin duda su clientela fiel. Personalmente, me gusta la historia como tal y la novela de cualquier condición también como tal y disfruto menos la mezcla. A veces me siento en su lectura como si estuviera en la Sima del Elefante de Atapuerca tratando de determinar si el Homo Antecessor lleva allí 1.300.000 años, o tan solo 1.280.000 años.
Para mí la novela histórica es solo novela «que no es poco». Y otra cosa es la historia, solo historia, ¡qué no es poco! Pero, desde luego, aún poniéndola en «tela de juicio», ¿cómo evitar a Ken Follett ('Los Pilares de la Tierra') o a Umberto Eco ('El Nombre de la Rosa') o a Robert Graves ('Yo, Claudio') o a Walter Scott ('Ivanhoe') o a León Tolstói ('Guerra y Paz') o a Noah Gordon ('El Médico') o a los nuestros Pérez Reverte ('Sidi') y Santiago Posteguillo ('Africanus') o a Vargas Llosa ('La Fiesta del Chivo') o a mi admirada, valiente y documentada Isabel San Sebastián ('La Visigoda', 'Astur', 'La Peregrina'...). ¿Cómo evitarles? Claramente no se puede.
En fin, siendo fiel a la historia, a lo puramente histórico que tuve la oportunidad/fortuna de vivir y como hecho anecdótico que creo relevante y a través de una pirueta, de una anécdota como relato, quiero producir un mejor conocimiento de la figura del rey emérito don Juan Carlos I en estos momentos en que se buscan argumentos, casi siempre mentirosos e inventados de desprestigio de las instituciones, sobre todo de la Corona y parece más necesario que nunca que se conozca la verdad sin ser manipulada desde posiciones comunistas o antisistemas habituales.
Así fueron los hechos y así se los cuento, entregándolos a su fiel interpretación:
Bajaban el bulevard tras la alameda en Santiago, camino descendente hacia el Colegio Mayor Fonseca. Caminaban los príncipes de España rodeados de gente. Era 1964, época complicada que no oscura de nuestras vidas, y en aquella generación de muchachos dispuestos a triunfar, también a estudiar claro, curiosamente casi todos hijos de afectos al régimen, casi todos protestones y generosos y con experiencia sobrada de saber correr delante de los grises y, sin embargo, habían sido elegidos por no sé quién para ser destino y contacto de los jóvenes príncipes de España.
Los colegiales eran/éramos hijos de diplomáticos, militares, políticos, profesionales, empresarios... Y habían sido seleccionados para ocupar el restaurado, emblemático y confortable Colegio Mayor Fonseca recién reinaugurado.
Todavía tengo en mi retina la bajada en grupo de la comitiva: el príncipe delante, la princesa a su lado (Jennifer Jones-Joseph Cotten. 'Jennie') y algo detrás y a continuación diez-doce personajes trajeados, todos con corbata, todos varones, todos en silencio y todos en movimiento (del movimiento eran).
En la puerta del colegio mayor, esperando, ocho colegiales: dos representantes obligados a estar y seis por sorteo al negarse el colegio a recibirles en bloque. Todo delante de una elegante puerta giratoria: pelo largo (que no gustaba), patillosos (que no gustaba), gesto adusto (que no gustaba) y becas en ristre que nuestro inefable director nos había obligado a vestir con prestancia.
«¿Cómo estáis? ¿Coméis bien?», fueron sus primeras palabras ante nuestro asombro. ¿Y qué le importará cómo comemos?... Y entramos todos y se abrieron pronto nuestras conciencias y nuestros corazones ante nuestras razones. Y se abrieron nuestras verdades, nuestra sinceridad y nuestro compromiso. Y se abrió un rey, entonces príncipe, para explicarlo. Fue una experiencia extraordinaria e inolvidable.
Nuestra primera conversación supuso una confesión prohibida: «señor, que sepa usted que el colegio no quiso recibirle y nosotros estamos aquí por sorteo». «Pero, no era por usted señor», añadimos como disculpa con media verdad y a media voz. «Me lo imaginaba al veros solos», «no pasa nada», «enseñarnos el colegio», añadió. Y así fue.
Tal y como lo teníamos previsto dos-tres colegiales con don Juan Carlos, dos-tres con doña Sofía con quien me correspondió. «¿Le enseñamos nuestras habitaciones y la capilla señora?». «Encantada». Primero a la capilla con una pequeña réplica del Pórtico de la Gloria, y después a las habitaciones, ¿a cuáles? Pues a la mía como estaba previsto, la habíamos ordenado a conciencia... Y al abrirla estaba todo colocado... Y un colgador de lado a lado con unos calcetines, un calzoncillo y un jersey que mi compañero de habitación había colocado antes de irse en plan broma pesada (¡qué nostalgia recordarle! Mi amigo del alma, Genaro Borrás, gran traumatólogo, médico de la Selección Española de Fútbol y extraordinario ser humano que hemos prematuramente perdido).
Nos miramos doña Sofía y yo y balbuceé..., «fue mi compañero que es campeón de Tenis» (que lo era...). Y respondió: «Pues dígale que los calcetines y el slip vale pero, el jersey no se cuelga así que se estira y es muy bonito...», y siguió adelante. La primera en la frente. Y bajamos al hall y allí estaba don Juan Carlos rodeado de mis compañeros riendo y hablando con mano en boca para que no le oyeran sus acompañantes algún que otro chiste, y de pronto dijo, «Moncho, nos quedamos, que vamos a tomar café y copa, que nos han invitado». Y tal cual, buscamos nuestra bonita sala de música, buscamos a Johnny Hallyday y Sylvie Vartan e hicimos café. Mi amigo Ron, haciendo honor a su nombre buscó una botella. Servimos el café, servimos un poquito de cognac y de pronto tras unas bonitas palabras de doña Sofía sobre el colegio, tomó la palabra don Juan Carlos y nos dijo textualmente: «Decidle a vuestros compañeros que nos gustaría conocerles, volveremos», y añadió, «¡ah! y decidles que España será sinónimo de libertad y de democracia, por si tuvieran dudas...». Y creo recordar que a continuación hablamos de toros: El Cordobés, El Viti, Palomo Linares... Algunos todavía novilleros.
Después de tres horas abandonaron el colegio -«Moncho, nos vamos»-, dejándonos estupefactos, incondicionales y admirados. Pasado el tiempo, pasados los años y en cada uno de los pasos que el rey Juan Carlos I ha dado en defensa de nuestra democracia o de nuestras libertades retumbaron sus palabras es mis oídos y en mi cabeza, plenas de reconocimiento. «Por sus frutos los conoceréis». Nuevo Testamento (Mateo 7: 15/20).
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.