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Al término de este Año Vacunal se cumplirán cuatro décadas de la firma por el Rey, en la estación invernal catalana de Baqueira Beret, del Estatuto de Autonomía para Cantabria. Va siendo, pues, oportuno un cierto ejercicio de recapitulación. Lo haré a vuelapluma en una ... serie de entregas sin fecha fija. Lógico es comenzar hoy por la economía. Porque esta semana se publicó un interesante estudio de la Cámara de Comercio de España y del Consejo General de Economistas sobre la evolución de los diferentes territorios desde la muerte de Franco en 1975 hasta el año 2019.
Los resultados comparativos para Cantabria difícilmente podrían ser peores. Nuestra región es la segunda donde menos ha crecido la economía en esos 45 años. Además, en producto interior bruto (=valor de bienes y servicios producidos) por habitante, hemos sido también de las más lentas en evolucionar: hemos pasado de estar por encima de la media española en este indicador, unos 600 euros más per cápita, a quedar claramente por debajo, con 1.300 euros menos.
Así pues, nos hemos lucido. Castilla y León, nuestro vade retro originario, tenía entonces un PIB por habitante muy inferior al cántabro (3.200 euros menos, que ya es decir); ahora nos supera en 300 euros. De hecho, es la región donde más ha crecido este indicador económico después de Extremadura y Galicia. También estábamos antes bastante por encima de La Rioja y hoy muy por debajo. Y antes un poco por debajo de Navarra y ahora contundentemente lejos. El estado de las autonomías, desde este punto de vista económico, no parece habernos sentado especialmente bien. Nuestro peso productivo es notoriamente más débil que en 1975.
Las tablas de los expertos dan para dos consideraciones de contexto. La primera es que, en este medio siglo, la economía ha ido más despacio en las comunidades del cuadrante noroeste de España, es decir, las galaico-cantábricas y la castellano-leonesa. Los cambios en la agricultura, la pesca, la industria, los servicios, la apertura de los mercados a la competencia exterior y, en general, todos los factores de evolución han hecho mella en la capacidad de crecer. Sin embargo, el rendimiento económico por habitante ha compensado en varias autonomías esta lentitud de desarrollo global: ya hemos mencionado Galicia y Castilla, pero también es válido para Asturias y el País Vasco. Solo Cantabria tiene exactamente la misma posición de cola en PIB (su economía global) y en PIB por habitante (valor de lo producido, dividido entre el censo de población).
Una segunda circunstancia es que el punto de inflexión negativa para el PIB per cápita de Cantabria se sitúa en el año 1990. Hagamos memoria sobre tres factores de esa curva final del siglo XX. Primero, la implantación de la autonomía (y de una menor coordinación con las provincias castellanas). Segundo, el periodo de mayorías absolutas socialistas en España, con políticas tendentes a la reconversión de sectores enteros. Tercero, la aceleración de esas reconversiones en el proceso de integración en Europa.
El futuro historiador económico deberá sopesar, en este cóctel, cuál fue el ingrediente principal que condujo a Cantabria a caer por debajo de la media en PIB por habitante... para los siguientes 30 años. Pero esbocemos alguna idea.
La economía de Cantabria llevaba un milenio conectada a la de Castilla, entre otras cosas porque esta era históricamente hija de los montañeses y vascos que la conquistaron y poblaron. Todos los grandes impulsos habían venido de la función cántabra de intercambiador entre la meseta norte y la fachada atlántica europea (y americana desde el siglo XVIII). Esta conexión no desapareció con la constitución de dos comunidades autónomas, pero se redujo la coordinación a mínima expresión. Esto perjudicó a Cantabria, la parte pequeña, mucho más que a la grande, Castilla. La Rioja tuvo, para compensar su marcha, la situación estratégica en un eje de crecimiento nacional, desde Bilbao y Burgos a Cataluña por el corredor del Ebro. Hubiera sido también nuestro eje de haber tenido ferrocarril al Mediterráneo o al menos una autovía directa Dos Mares. Por otro lado, la autonomía empezó a experimentar con sus propias políticas de promoción económica con una excesiva concentración en obra pública, suelo residencial e industrias en crisis. Políticas cortoplacistas y poco futuristas.
En cuanto al largo ciclo socialista, influyó de dos modos. En primer lugar, centró sus inversiones en determinadas autonomías de interés electoral, relegando a otras en los calendarios; el caso de Cantabria es paradigmático. Es claro el signo de los gobiernos que dieron carpetazo final a los dos enlaces directos con el Mediterráneo, en beneficio lógicamente del País Vasco, que no hay que ser conspiranoico para comprender que aboga por sus propios intereses, como cabe esperar. En segundo lugar, se creó una cultura, que luego ha perdurado por inercia, no de funcionariado, sino de funcionarismo y de reglamentismo excesivo, un imposible afán de perfección que ha afectado al desarrollo. La burocracia es queja común del empresario; el precio del suelo, del inquilino y de quien quiere hogar propio. Alguna razón tendrán.
El impacto europeo fue mixto. Por un lado, abrir el mercado y reconvertirlo nos hizo mucho daño. El estudio refleja la fuerte caída de nuestro porcentaje de PIB agrario e industrial. Por otro lado, vinieron fondos europeos: esas inyecciones han dado calidad al territorio y sostenido rentas. Hay que citar también dos periodos en que las inversiones fueron cortadas, gobernase quien gobernase, por decisiones de ámbito europeo e impronta alemana: al filo del milenio las reglas de Maastricht y, tras la recesión de 2008, la opción antikeynesiana impuesta por el norte acreedor al sur deudor. Mochilas considerables en una región frágil.
Económicamente, estos 45 años han sido en Cantabria la historia de una tortuga. ¿Se hubieran gestionado mejor en ausencia de autonomía? No hagamos historia-ficción y constatemos el hecho: se puede decir que, si no ha provocado que seamos casi la economía regional más lenta en medio siglo, tampoco lo ha impedido. En ambos casos, necesita enmiendas. Primera, activismo pro-empresa. Segunda, inversiones estatales. Tercera: pensar como región europea. Y todo, mucho más rápido.
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