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Quienes tenemos la edad suficiente para conocer de primera mano el Servicio Militar Obligatorio, y vivimos directamente esas 'Historias de la puta mili' nacidas en ... cómic de la mano de Ivá y llevadas a la televisión y al cine, recordamos cómo la licencia nos llegaba con la entrega de una cartilla, que primero fue verde y después blanca, en la que se consignaban las andanzas de soldado de cerca de una veintena de meses. Muchos reclutas adelantaban su entrada en el Ejército para ganarse el derecho a elegir destino a cambio de permanecer de uniforme un tiempo más. La tropa se formaba con forzosos y voluntarios, aunque esto no tenía otro efecto que la duración de la estancia en filas. Santander contaba con dos cuarteles, el del Alta, oficialmente Regimiento Valencia de Defensa ABQ, especializado –es un decir– en la guerra atómica, biológica y química, y el de Campogiro, el Depósito de Sementales de La Remonta (los sementales eran los caballos), con ejemplares muy solicitados por su alta calidad.
El lenguaje, entonces, era directo, a la memez políticamente correcta le faltaban muchos años para nacer y la gente hablaba como habla normalmente la gente. En los tres meses de campamento previos a la jura de bandera se aprendía el manejo de armas obsoletas y a marcar el paso en los desfiles. La minoría de reclutas que no lo lograba pasaba a formar parte del pelotón de los torpes, y no intentaré adivinar siquiera cómo podría llamársele a ese grupo actualmente. La cartilla verde o blanca se sellaba anualmente en el Gobierno Militar de la Plaza Porticada, y las cuestiones que se relacionaban, junto al nombre y unidad, eran puramente militares y administrativas.
Entre ellas, había un curioso apartado, el del valor. España no estaba en guerra, no participaba tampoco en ninguna misión internacional, y por tan to, los soldados no podían demostrar su arrojo en acción. Dado que no estaba probado ni lo uno ni lo contrario, se escribía que el valor «se le supone». La presunción también es aplicable a la política, a la que puede dedicarse cualquiera sin preparación alguna y sin necesidad de demostrar previamente el menor mérito en el sector privado. Hay quien ha hecho de ella una lucrativa y duradera carrera, hasta el punto de que no se les conoce ninguna otra. Si en la vieja mili el valor del soldado se supone, quien se dedica a la política debe contar, en teoría, con otro tipo de cualidades, como honestidad, vocación de servicio, competencia, trabajo, respeto al programa y cumplimiento de la palabra dada, porque las promesas salen gratis y no se paga peaje por el engaño. La diferencia con la mili es que en la política la comprobación llega pronto. El ejemplo de la desvergüenza es reciente.
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