¡A la hoguera con Els Joglars!
CRÍTICA/TALÍA ·
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CRÍTICA/TALÍA ·
La compañía construye un ejercicio de valentía crítica frente a una dictadura invisibleTercera entrega del ciclo Talía del 2022, tras dos comedias amables y de amplia taquilla -y con un enorme Gabino Diego encabezando 'La curva de ... la felicidad'-, y verdadero plato fuerte de la temporada. '¡Que salga Aristófanes!', de Els Joglars, bajo la apariencia de sátira de alto voltaje, de raigambre clásica y formas modernas, o posmodernas, esconde en realidad todo un canto no ya a las libertades civiles, en especial las de pensamiento y expresión, sino al propio arte del teatro y su papel de revulsivo catártico y de análisis del tiempo que nos toca vivir. Con el minimalismo como bandera de su escenografía -para eso están los recursos de la profesión, empezando por la mímica-, la nueva obra de los catalanes juega con lo real y lo absurdo, y partiendo de cierta confusión entre ambos ámbitos finalmente consigue algo completamente inesperado: trocar ambos conceptos, hasta dejar en evidencia lo absurdo de muchas conductas de nuestra sociedad actual.
Todo arranca en un centro de «reeducación psicocultural», en el que están internados pacientes que no encajan en el paradigma de lo que podríamos llamar «políticamente correcto». Aunque lo que en realidad parece es un manicomio, ciertamente. Como parte de su terapia interpretarán una obra escrita por uno de los internos, un antiguo profesor de griego que perdió su cátedra en la universidad tras ser linchado en las redes sociales. ¿Su pecado? Supuesto trato vejatorio a un alumnado al que reprochaba «no haber leído a Homero en tercero de Clásicas». Trastornado tras el cese, el viejo catedrático se cree Aristófanes, el célebre dramaturgo griego, aunque su obra en el manicomio tendrá menos futuro que las sátiras del ateniense tras la derrota ante Esparta. Y es que tanto la directora del centro de reeducación como un inspector que ha acudido a valorar la obra la encuentran inadmisible: no habrá colectivo que no se sienta ofendido por ella, desde las mujeres hasta los animalistas.
A partir de ese argumento, Els Joglars construyen un enorme artefacto crítico y por momentos desternillantes, con el que van desnudando el despiadado aparato represor que subyace bajo el 'buenismo' y el supuesto respeto de las políticas oficiales. En un 'coup de grace' espectacular, un Fontseré inconmensurable utiliza un detector de metales para buscar sobre el escenario un palmo de terreno seguro; esto es: que pueda pisar sin herir ninguna sensibilidad. Y le va a costar: ya no se trata de cuestiones políticas o sociales, sino que hasta a los valencianos les ofende que los no valencianos cocinen paella. Así, Els Joglars disparan contra todo lo que se mueve, en un juego de espejos deformados que va creciendo en intensidad y profundidad, para construir una atinadísima crítica que, pese a la inicial apariencia, dista mucho de la fantasía; una alegoría que dinamita las nuevas convenciones sociales. En ella, los locos están en realidad cuerdos y son los cuerdos quienes actúan como locos, y la única posibilidad de salvación frente al rodillo apisonador del pensamiento único se vislumbra en esa libertad creativa a la que tanto se quiere cohibir, en aras a evitar unas ofensas que, en realidad, resultan ilusorias.
En definitiva, todo en ejercicio de arrojo y valentía -quién sabe si suicida, y acaben en la hoguera-, frente a una dictadura invisible contra la que pocos se atreven a alzar la voz.
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Ana del Castillo
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