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Me subo a un avión en la T4 de Barajas con rumbo a Nueva York. Viajo con American Airlines, pero el avión está en Madrid, en el Madrid capital de España. Me recibe una azafata rubia, sonriente, alta y amable. Le digo «hola» y se ... me queda mirando como si viese al Mesías en carne mortal hablando en arameo. Rápidamente dice «good morning, sir». Y yo le contesto: «Hola». Son dos tristes sílabas, pero ella no las conoce. Voy con mi revolución de dos sílabas a cuestas. Viene otra azafata a decirme en inglés que coloque mi equipaje en el compartimento. Y yo le digo «hola». Lo mismo: el Mesías hablando en arameo. Le digo «solo son dos sílabas». No le gusta. Cree que es inadecuado o inmoral o violento aprender a decir «hola» de boca de un desconocido.
En ese instante, embarcan un montón de españoles que están encantadísimos de practicar su inglés y comienzan a ametrallar con sus «hellos» interminables y las dos azafatas ya se sienten seguras. Yo me quedo solo, con mi pedagogía del «hola» tirada por los suelos. Pero yo sigo diciendo «hola». Comienza el vuelo y al cabo de una hora un azafato me pregunta si quiero «chicken o pasta» y yo digo «hola» y veo que este hombre tampoco sabe qué significan esas dos pequeñas sílabas revoltosas. Me vuelve a hacer la pregunta. Le vuelvo a contestar «hola», pero corro peligro de quedarme sin comer, y digo «pollo» y el peligro aumenta y al final digo «chicken». Ya tengo tres alumnos en esta clase de español para extranjeros en donde daré matrícula de honor a aquellos estudiantes míos que sepan decir «hola».
Por supuesto que me da igual que sepan o no sepan decir hola estas dos azafatas y este azafato. Lo que no me da igual es la invisibilidad de toda una cultura y de todo un país, porque esa invisibilidad nos cuesta dinero. Miles de trabajadores españoles, camareros y camareras, taxistas, mecánicos, maestros y maestras, hombres y mujeres mil euristas, dependientes y dependientas de supermercados, todos cuantos pagamos impuestos para que existan un Ministerio de Cultura y un Ministerio de Asuntos Exteriores, no veríamos nada mal que en un vuelo que sale de Madrid te dijera alguien «hola», solo «hola», nada más, luego ya todo en inglés, claro, por supuestísimo. Solo pido dos sílabas: «hola». Las digo varias veces. Voy diciendo «hola» por el mundo y me doy cuenta de que es lo más revolucionario que puedo decir. Pero si solo son dos sílabas: hola. Pero si solo son dos vocales, las vocales más simpáticas del mundo: la o y la a.
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