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Mi vida ocurre ya en los aeropuertos, que ahora son el equivalente a los potros de tortura medievales, a no ser que tengas un Falcon. No era un Falcon el que me esperaba sino un vuelo con escala de Milán a Belgrado, pasando por Múnich, ... con dos horas de transbordo, y con la misma compañía, la alemana Lufthansa. ¿Quién va a desconfiar de la enérgica y eficaz Alemania? Uno siempre ha confiado, desde pequeñito, en la Philips, en la Mercedes, en la Bosch. Pues el vuelo Milán/Múnich se iba retrasando de quince en quince minutos con un endiablado sadismo medieval. Me iban llegando emails a mi móvil, pidiendo disculpas y avisándome de retrasos de poco tiempo, que no ponían en riesgo mi conexión. A esos correos electrónicos tú no puedes contestar. Ya avisan en inglés: «No replay». No quieren oír tus gritos.
Las aerolíneas son como el mismísimo Dios. Ellas te hablan, tú escuchas, pero no respondes. Yo iba haciendo chistes para no caer en la desesperación. Ay, Lufthansa, cuánto me cansas, me cansa viajar en Lufthansa. Pregunté en el 'front-desk' y me atendieron sin ninguna empatía. Me subí al avión y la azafata de Lufthansa no hizo el más mínimo esfuerzo por saber si llegaba a tiempo. Vi que yo le importaba un pimiento. Les importamos un pimiento. Podríamos ser tocinos, y con tal de que no oliéramos mal, nos suministrarían el mismo cariño. Ay, Lufthansa, cómo te cansan a ti también los pasajeros que se cansan.
Perdí la conexión. Me enfrenté a una cola de reclamaciones de vértigo. Lufthansa se estaba comiendo un día de mi vida. Me recolocaron, como dicen ellos, menudo eufemismo, en otro avión. Y me devolvieron a Milán. Antes tuve que recuperar mi equipaje, en una nave donde se apilaban cientos de maletas (no exagero) de vuelos cancelados y conexiones perdidas. Pobres maletas, con la de sueños que lleva dentro una maleta de turista. Rasgué el cielo en vano, eso pensé. Destruí la calma de las alturas para nada. Fui de Milán a Múnich y al cabo de cinco horas hice el trayecto inverso. Y mi vuelo volvió a retrasarse, de modo que la conexión a Belgrado peligraba. Una pesadilla. Hombre sin Falcon, autodestrúyete. Lufthansa se reía de mí. Recé una oración a Franz Kafka. Esta vez los dioses y el mismísimo Kafka se apiadaron del hombre sin Falcon y el vuelo de Milán a Belgrado también se retrasó. Las terminales hoy en día están llenas de zombis que nos arrastramos a la deriva con nuestro 'boarding pass' en la mano. Quien puede viaja en Falcon, y los demás en granjas con alas. Me cansa, cómo me cansas, Lufthansa.
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