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Imaginen a tres amigos tocando en el salón de su casa. Imaginen la empatía, el ambiente y la conexión. Imaginen un sonido que envuelva el ... aire y lo compacte en sentimiento. Ya de paso, imaginen que están escuchando a quien pasará a la historia como uno de los mejores bajos del jazz, como bien sabía Chick Corea. Y que le acompaña otro icono como Jorge Pardo, con una flauta flamenca capaz de emular cualquier instrumento vocal. Todo compactado por un batería que está cómodo en el flamenco, en el rock y en cualquier estilo, porque los domina todos. Añádanle un espectacular sonido que convierte un bar en el mejor club de jazz. Eso son Jorge Pardo, Carles Benavent y Tino di Geraldo, tres amigos conectados hasta el pleonasmo que con una conexión casi telepática alumbran un flamenco jazz que es jazz puro cuando tienen a bien juntarse, porque todos ellos arrastras innumerables proyectos propios, tanto como solistas como en conjunto. Un espectáculo inconmensurable que pocas salas pueden disfrutar que desemboca en la alegría.
La alegría de tres músicos que se lo pasan bien como pocos sobre el escenario, que lo mismo acuden a sus clásicos como improvisan y que se sintieron muy cómodos en el pequeño formato ante un público silente y entregado, pero sobre todo emocionado y entregado, porque el silencio del respeto al músico no es el de una notaría, sino el del disfrute, y se conjuga con la sala cantando el 'Yo soy gitano' a los bises. Esos son los 'Raqueros del jazz', ese ciclo que regresa en plena incertidumbre pandémica, eso es el Rvbicón y esos son, sobre todo, Benavent, Pardo y Di Geraldo. Todo un privilegio, además, escuchar ese sonido en directo, porque pese a su larguísima trayectoria apenas han grabado un par de discos con este proyecto de jazz fusión sumergido en sólidas raíces flamencas, como es la formación de los tres, aunque estén cómodos en cualquier registro, que es lo que tiene el talento.
La púa de Carles Benavent, que nunca toca con los dedos, crea atmósferas a su alrededor y genera un sonido inconfundible. Nadie toca el bajo como él; nadie le hace gemir o reír así. Es un sonido único e inconfundible; de autor. Así lo hizo una vez más, arropado por sus compinches o en solitario.
Mientras, la flauta de Jorge Pardo, comparable con una voz flamenca, puro sentimiento y emoción, enviaba más allá de la perfección técnica a otros mundos y ambientes; al tablao. Soplada como con quien canta con el corazón; casi como si pudiera hablar. Como emocionante resultó después su saxofón para cerrar el concierto.
Y Tino di Geraldo, divertido, alegre y empático; reflejo vivo de tres tipos que se lo pasan muy bien en el escenario y pese a su prestigio internacional siguen disfrutando en las salas pequeñas, se convirtió, como siempre, en la amalgama perfecta en otro ejercicio de ritmo y disfrute, con solo de batería incluido.
El resultado, un viaje a la esencia salpicada con guiños que consigue que con un viento, un bajo y una batería se llene el espacio sin necesitar nada más. Ni un piano jazzero. Ni una guitarra que acompañe a la voz. Nada que rompa la perfección. Hora y media de felicidad.
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