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Durante muchas semanas los españoles estuvimos asomándonos a las ocho de la tarde a las ventanas y balcones de nuestras casas para aplaudir a quienes trabajaban en favor de todos nosotros para que no nos faltasen alimentos, energía eléctrica, gas, periódicos, correspondencia o paquetería, ... sin olvidar a quienes recogían nuestra basura o limpiaban nuestras calles y, sobre todo y muy fundamentalmente, a quienes en primera línea de las trincheras libraban esta cruenta guerra contra el covid-19, los sanitarios, en todos sus grados y especialidades, así como a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y del Ejército, o los voluntarios, sacerdotes y religiosas que ayudaron y acompañaron a quienes precisaban de asistencia material o espiritual. Si lógico es que a todos ellos, como a otros muchos que no por ser menos visibles son menos importantes, les hemos reconocido con aplausos su contribución en favor de todos nosotros, lógico sería que ahora les diéramos también la compensación al esfuerzo protagonizado.
Justo es por ello que ante el trabajo realizado por tantos y tantos médicos, farmacéuticos, enfermeras, fisioterapeutas, auxiliares, celadores y cuantos en los distintos servicios sanitarios de nuestro país -hecho con grave riesgo para su salud, como lo demuestran los más de cincuenta mil contagiados en el desempeño de sus funciones, de los que, al menos, a tres de junio, habían fallecido sesenta y tres-, el jurado del premio Princesa de Asturias de la Concordia haya tenido la sensibilidad, y el acierto, de otorgar dicha distinción a tal colectivo. Ello debiera ir acompañado, por parte de la administración, de la adecuada compensación económica por el trabajo extra realizado, de análoga manera a lo hecho por algunas empresas privadas y, sobre todo, adaptando sus retribuciones a las importantes funciones que realizan y a las altas capacidades que para ello les son exigidas, en línea a lo percibido por sus homólogos de otros países de análogas características al nuestro. Justo sería también que, con independencia de que a los fallecidos en el ejercicio de su trabajo se les haya reconocido, faltaría más, la causa de su muerte como accidente laboral, a todos y cada uno de ellos se les concediese la Cruz al Mérito Civil, resaltando con tal distinción, a título póstumo, los altos valores cívicos de que hicieron gala al servicio de la comunidad.
Lo dicho para el personal sanitario igual vale para ese amplio colectivo de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, a las que debemos nuestra seguridad y tranquilidad diaria y a las que recurrimos en situaciones extraordinarias en la seguridad de que vamos a contar con su colaboración y plena dedicación, poniendo en riesgo, si es necesario, su propia integridad física, como lo demuestran los contagiados y muertos en esta pandemia. ¿Es lógico que haya sido necesaria una situación de crisis para lograr la equiparación salarial que desde hace tanto tiempo tenían reconocida, pero que no les acababan de hacer efectiva? Justo es, por ello, que además de las palmadas en la espalda, que bien merecidas las tienen, les hagan ahora efectiva tal equiparación y a los fallecidos en acto de servicio se les reconozca como tal y se les conceda la correspondiente Medalla al Mérito Policial con distintivo rojo. Reconocimiento, social y económico, que igualmente debe extenderse a nuestras Fuerzas Armadas, siempre dispuestas a acudir con presteza allí donde son requeridas, tal y como, una vez más, lo han demostrado en esta crisis sanitaria.
Por cierto, reconocimientos aparte, ¿qué medidas punitivas hubiera adoptado la administración laboral si en una empresa privada una parte importante de la plantilla hubiera enfermado, y algunos de ellos fallecido, porque la dirección no les hubiera dado los elementos de protección adecuados para la realización de su trabajo? ¿Y qué decir de los científicos? ¿Qué sabemos de unas personas que después de una intensa y exigente formación tienen unos contratos que, en muchas ocasiones, carecen de la adecuada fijeza laboral que no les permite ni finalizar la investigación a la que han dedicado mucho tiempo y esfuerzo? Y ello sin citar los sueldos, pues seguro que si los conociéramos los encontraríamos, en muchos de los casos, inadmisibles. Lógico sería -ahora que todos hemos vuelto los ojos hacia tan fundamentales profesionales, esperando encuentren pronto la solución a un problema que además de atentar tan gravemente contra nuestra salud ha puesto en solfa todo el sistema económico y social-, que junto a nuestro reconocimiento social obtengan también la seguridad profesional y nivel económico que merecen. En definitiva, sirva esta terrible pandemia, que de forma tan brutal nos está castigando, para hacer una reflexión profunda sobre aquellos colectivos profesionales que, como los citados, juegan un papel fundamental en nuestra vida, para que reconociendo su importancia se les de la valoración que merecen y a la que justamente aspiran.
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