Secciones
Servicios
Destacamos
Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la profunda y horrible impresión que dejó en mi alma la contemplación de esas imágenes divulgadas 'urbi et orbi', en las que se veía a un hombre inerte, pendiendo de una cuerda allá en lo alto ... por el cuello, a la vista de todos. Era en la madrugada del 12 de diciembre y la escena tenía lugar en una calle de Mashad, Irán, mientras el planeta permanecía expectante por conocer, al día siguiente, al primer finalista del mundial de fútbol de Qatar.
El hombre se llamaba Mahid Reza Rahnavard, tenía 23 años y era el segundo ejecutado de una lista de hasta doce condenados a pena capital por el régimen teocrático, en el curso de las protestas por la muerte de Mahsa Amini a manos de la 'policía de la moral', que la había arrestado por llevar el hiyab mal colocado.
A Mahid lo detuvieron el 19 de noviembre y a los pocos días se le juzgó por «enemistad con dios» y se le sentenció a muerte, sin más... y sin pruebas. Ni siquiera le dejaron tener un abogado de verdad: el de oficio que le impusieron, en vez de defenderlo, se mostró conforme con las acusaciones de la fiscalía. Tampoco pudo recurrir la sentencia: lo ejecutaron antes de que pasara el plazo de apelación.
Mientras tanto, la mirada del mundo se distraía y asombraba con aquellos espectaculares campos construidos con tanta rapidez y dinero, por no hablar de las sangres, sudores, lágrimas y vidas derrochados por quienes los levantaron con sus manos. Más asombro produjo, sin embargo, escuchar la petición de respeto, en la ceremonia inaugural, por las costumbres propias del país, extensivas, en general, a los países islámicos. Sí, pedían respeto por sus regímenes autoritarios, por los hábitos de abusar y de conculcar derechos, por las injusticias cometidas, por las desigualdades constatadas y, sobre todo, por la intolerable discriminación y anulación de la mujer. Cualquier conato de crítica o protesta fue prohibido de inmediato por las autoridades del país, con la cobarde complicidad de la entidad internacional organizadora, la FIFA, colaboradora necesaria en semejante censura.
La ejecución de Reza fue pública en la ciudad de Mashad. El método elegido, uno de los más atroces: la horca; pero no en su modalidad más leve, sino en la más pavorosa. No hubo cadalso: usaron una grúa instalada en un camión para levantar al joven con una soga en torno al cuello, las manos atadas a la espalda, los pies unidos y una bolsa negra cubriendo su cabeza. Lo hicieron hasta una altura en que pudiera ser visto por los circunstantes, y lentamente, para que su muerte no fuera instantánea. Era fuerte y deportista; debió de morir al cabo de mucho rato, con el pánico añadido de saberlo.
A Occidente se le pide respeto por las costumbres de estos países, transigir con ellas y hacer la vista gorda ante tamañas salvajadas. La Unión Europea debe ser firme en su denuncia y condena. Aquí la vida es un derecho y bajo ninguna ley puede quitarse, por terrible que haya sido el delito. Otros países, en cambio, incluso democráticos, donde continúa aplicándose la pena de muerte, no tienen por ello autoridad moral para denunciar nada.
Aun así, los niveles de hipocresía y crueldad son variables: mientras en EE UU estudian alternativas a 'inhumanos' métodos de acabar con la vida de los reos y buscan venenos eficaces y letales que administrar a los 'morituri', para que mueran de modo 'más humano', como sin darse cuenta, en otras partes no se andan con tantos y tan caros remilgos: el fin justifica sus medios, porque allí la vida no vale ni siquiera el gasto de una bala.
Y llegó la gran final del mundial de fútbol. Y mientras el balón corría por la suave alfombra verde de aquel maravilloso estadio repleto de aficionados, un futbolista, también iraní, Amir Nasr Azadani, de 26 años, detenido en Isfahan por semejantes motivos que los de Mahid, sufría en alguna cárcel la angustia de la misma condena y el horror de vivir la misma muerte. Esa especie de patíbulo levantado en su ciudad no invitaba al optimismo. Pero las autoridades negaban que ya hubiera sido ejecutado y ahora acaban de anunciar que ha sido condenado a 27 años de cárcel. Gracias.
Ojalá que los otros doce tengan igual o mejor suerte que Amir y vivan; y ojalá que este año nuevo nos depare menos motivos de sentir vergüenza del género humano. En todo caso, deseo que para ti sea muy feliz.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.