Borrar

Horror en el balneario

En los meses de verano no es lo mismo ser anfitrión que huésped

Miércoles, 28 de agosto 2024, 07:15

El turista ve, siente y ama como nosotros. Es persona y, como tal, sujeto a los vaivenes del destino y a la promesa inevitable de la muerte, recorre el camino de la vida con la natural combinación de arrojo y dudas. Los sueños que rumia en su alma de secano son semejantes a los nuestros. Como todos en el orbe, quiere traspasar la línea que separa la supervivencia de la plenitud. No es tarea fácil.

A menudo, los contribuyentes que durante el curso escolar habitamos esta provincia necesitamos que se nos recuerde la humanidad del turista, porque, en verano, no es lo mismo ser anfitrión que huésped. El primero debe asumir que, a partir del mes de julio, las calles, más o menos reconocibles en la rutina invernal, se transforman en casetas, escenarios de pirotecnia o terrazas (sin tapa con la consumición, faltaría más). Todo ello, marcado con la ya tradicional querencia al 'horror vacui', muy del siglo en curso. No pueden existir espacios libres de euforia y de eventos. Que el ritmo no pare.

Los orígenes del artefacto parecen estar claros. En algún momento de los siglos precedentes, las fuerzas vivas, temiendo la desaparición de su jardín privado, prefirieron rechazar las promesas de industria y crecimiento, no fuera a ser que, con las fábricas, llegasen ideas extrañas, obreristas y combativas, como había sucedido en las regiones limítrofes. Esto quedó, por lo tanto, como un balneario adaptado a la cosmovisión de una burguesía carente de espíritu emprendedor y satisfecha con su discurso autorreferencial.

De ese plan y ese gusto por la paz del cementerio, nació el turismo original, aquel de Victoria Eugenia en La Magdalena, baños de ola y elitismo con bolsas de Mafor. La evolución del mundo hacia el jolgorio de masas ha modificado el perfil del visitante, sin transformar el destino existencial de la comunidad autónoma. Es un capítulo más del drama de Cantabria como decorado y tierra sin atributos que sobrevive como destino vacacional y que exige de las administraciones públicas una histeria en el gasto –con el dinero de los demás se tiende a lo histérico– y una interminable oferta de pasatiempos.

La histeria, ojo, es una corriente que comunica al político con el turista. En realidad, todos somos turistas en determinados momentos. También nosotros viajamos y hacemos cola y bebemos cerveza y reímos a pleno pulmón, sin atender al sueño del anciano, del niño o del enfermo. Y también apuntamos los cuatro monumentos imprescindibles y echamos un vistazo a las entrañas de los lugares ajenos, para permitirnos decir: sí, hemos estado allí, conocemos el sitio. Y no conocemos nada.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Horror en el balneario