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Los embotellamientos de automóviles no son cosa de hoy en día. Son casi tan antiguos como el automóvil mismo. Así lo prueba una foto de la inauguración en falsete, el 12 de julio de 1917, del Hotel Real. Cien años largos atrás. En la explanada ... del establecimiento no cabía un automóvil más. Todos ellos de la realeza, los nobles y los acaudalados que podían permitirse aquel capricho de época. Y entre los automóviles aparcados comparecían en exigua fila los coches de caballos (especie a extinguir), con los lomos cubiertos del solanero con leves mantas a cuadros. Aquel jueves veraniego, en plena siesta, los curiosos se agolpaban para no perderse nada del acto inaugural fijado para las cinco en punto de la tarde.
De tan grandioso acontecimiento dio cumplida cuenta la prensa local del día siguiente, Pick en «La Atalaya» y Estrañi en «El Cantábrico», como máximas figuras del periodismo local. Aquél contrapone dos ideas: «los bellos sueños de los santanderinos comienzan a hacerse realidad» a «la derrota de los pesimistas». Empero, lo más destacado a efectos historiográficos es la postrera nota ológrafa de Javier G. de Riancho, arquitecto director de las obras del Hotel Real. «Certifico: Que con fecha 10 de agosto han quedado totalmente terminadas dichas obras a pesar de haberse efectuado la inauguración del mismo el día 12 de julio en cuya fecha había sólo dos pisos terminados, habiéndose concluido los demás, después de la inauguración oficial. Y para que conste y efectos consiguientes expido la presente en Santander a cinco de septiembre de mil nueve cientos diez y siete (rúbrica)». Bien por el señor arquitecto. Tan oportuno documento honra su memoria. Las prisas por inaugurar de prisa y corriendo lo inacabado se entienden mal. Al arquitecto, en cambio, se le entiende todo. La clase dirigente busca la instantaneidad, la foto. El arte, la eternidad.
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