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Por la época en que Cantabria y otras tierras desparramadas al norte de la cordillera eran lo único que quedaba del reino visigótico recién conquistado por los norteafricanos de creencia islámica, mandados por el general tunecino Táriq ibn Ziyad y su jefe, el anciano ... caudillo yemení Musa ibn Nusair (disfrutaron poco de Hispania, pues pronto fueron llamados a capítulo por el califa de Damasco y allí acabaron sus días en líos)... Bueno, por esa época, digo, el emperador de Constantinopla León el Sirio decidió eliminar el culto cristiano a las imágenes, creyendo que tanta veneración de ídolos no complacía a las altas esferas celestiales y era causa de los reveses militares frente a los árabes. Como 'imagen' en griego se dice 'icono', y el imperio romano de oriente en realidad era griego, el romper las imágenes se llamó iconoclastia. Habría un segundo periodo de iconoclastia un siglo después, con el emperador León el Armenio, que creía que los monarcas iconódulos (esto es, veneradores de iconos) no ganaban al enemigo ni al ajedrez.
Pero los iconos prevalecieron. Hoy las imágenes bizantinas son atractivos turísticos de templos y museos de los países que hasta hace cinco siglos pertenecían o al propio imperio de Constantinopla, o a su esfera de influencia en la Europa eslava. Un cristiano ortodoxo que no sea iconódulo casi no se concibe. Mas también en las naciones católicas el iconismo triunfó; tanto, que dio lugar a una maravillosa evolución de las artes plásticas de tema cristiano. ¿Qué pueblo o parroquia no tiene su 'imagen', su icono, su talla?
Ahora estamos en periodo iconoclasta civil en 3-D. Las estatuas de Cristóbal Colón tiemblan de miedo: su destino podría ser el de Lenin, pero sin momia. Todo bulto en bronce o piedra susceptible de ser reo ante el juicio universal sumarísimo y retrospectivo ya se puede ir haciendo un seguro de accidentes políticos. Los ingleses han tenido que proteger hasta una estatua de Winston Churchill, el premier que los dirigió contra Hitler. Isabel la Católica, por adjunta a Colón, ha sido excluida del Capitolio del Estado de California. Es como si el suspenso en Historia diese derecho a sobresaliente en Ética, o incluso fuese requerido como nota de corte para los estudios morales.
No sé qué pasará con Thomas Jefferson, padre de la patria estadounidense, ya que una vez entrevisté a un biólogo británico que había demostrado que este hacendado liberal había tenido descendencia con una de sus esclavas africanas, Sally. En la propia España ya se empiezan a descolgar iconos del rey emérito, a cuenta de los 'iconos' que este, según se investiga ahora, obtuvo por aquella feliz Arabia de Musa y traspasó a una entrañable amistad, en cantidades entrañablemente icónicas. Y una manifestación de ciertas fiebres catalanas ha consistido en la iconoclastia, con quema de retratos o la deposición del marqués de Comillas en Barcelona.
Hay quien ha observado que, por este patrón, sólo permanecerían incólumes las estatuas de los santos, y no todos. No hay figura del pasado que resista el juicio moral del presente, no solo porque es imperfecta como todo lo humano, sino además porque esa figura era de su época, de 'otra' época. Y si creemos que de una época moralmente menos desarrollada, pues precisamente eso hace improbable que aprueben nuestro examen, pero al mismo tiempo constituye su atenuante cualificada, pues, ¿no es uno hijo de su ambiente? ¿Podría haber proclamado Ramsés II la Declaración de las Naciones Unidas? ¿Quién sabe si en un futuro nuestras estatuas serán derribadas por iconoclastas que nos reprochen acabar con el burro, traer la compra en bolsas de plástico u obligar a niñas y niños a memorizar los afluentes del Duero por la derecha y por la izquierda?
Imaginemos una justicia iconoclasta en Santander. Juan de la Cosa tendría que sumergirse en el abra del Sardinero y Colón debería apearse de su alto pedestal en Las Brisas. Los bustos de Alfonso XIII, rey que alentó guerras coloniales en Marruecos y aceptó una dictadura militar entre 1923 y 1931, habría que replegarlos a algún garaje. Pedro Velarde, que lleva ya unos 140 años apuntando con su cañón, podría considerarse un defensor del absolutismo fernandino. El marqués de Valdecilla podría sufrir una comisión de investigación sobre los cultivos de caña y condiciones en los ingenios azucareros cubanos. De ese crucial dictamen dependería la integridad de su estatua ante el pabellón directivo. Benito Pérez Galdós podría salvarse de una primera oleada, aunque su elección caciquil y colonialista como diputado por un distrito de Puerto Rico no sobreviva a una segunda. Menéndez Pelayo lo tiene francamente mal, por su juventud ultracatólica, más recordada que su madurez de liberalote. José María de Pereda, ídem de lienzo, como dicen en mi pueblo, que era el suyo.
Total que, puestos en manos del Comité de Salvación Plástica y la Sala de lo Histórico-Penal, vendrían a quedar: los hermanos Tonetti, la Sardinera, los Raqueros y la escultura de Joan Miró frente al Centro Botín. Todo ello, siempre que no se enrede mucho con el trato a los animales en los circos tradicionales, ni con la evasión fiscal y la precariedad laboral en la Almotacenía, ni con la prevención de la delincuencia juvenil, ni con el carácter escapista-burgués de cierto surrealismo cuya política fue el apoliticismo.
Paz, piedad, perdón. Aquello que decía Manuel Azaña en 1938 debería aplicarse a los iconos. Es mejor convertirlos en divulgación y enseñanza de la historia, y que las placas sean de tornillos, para facilitar la tarea a nuestros nietos y bisnietos cuando vengan a cambiar las leyendas de los monumentos y digan: «Don José María de Pereda, precursor del bajo impacto ambiental y energético» o «Don Marcelino Menéndez Pelayo, coleccionista de e-books en papel viejo». No sé qué vamos a hacer con Augusto González Linares, aunque esta escultura me preocupa menos, pues cada vez la encuentro en un lugar distinto. Es la evolución de Darwin: sobrevivirán las estatuas que sepan cambiar de sitio para eludir los rebrotes justicieros. Los museos acabarán siendo casas de refugio para iconos perseguidos. Finalmente, para la inteligencia desahuciada del espacio público.
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