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¿Qué tienen en común Pablo Casado, Alejandro Sanz y Messi? A simple vista muy poco. Si nos fijamos más atentamente, participan de un mismo síndrome, el de tener unos enfervorizados seguidores. El de tener unas comparecencias públicas envueltas en olor de multitud, un ... público incondicional que les aclama puestos en pie. Pensaba en ello al ver las imágenes de la clausura de la convención del PP en Valencia hace unos días. ¿Qué pensaría Casado al salir de la plaza de toros valenciana después de su discurso, cuánto habrá crecido su autoestima? ¿Qué sentimiento le despertó a Alejandro Sanz los gritos de sus fans en su último concierto, hasta qué punto se creyó cuantos elogios recibió de sus fieles espectadores? ¿A qué cielo transportaron los aplausos de los aficionados argentinos a Messi cuando metió su gol a Brasil, en qué paraíso transcurrió la noche de ese gran día? Tratar de seducir a los ciudadanos, primero, para después sentirse un ídolo y ser envidiado por tantos que quisieron ser como ellos. Pero ¿qué sienten realmente en su interior, cuando están en el espacio íntimo de sus vidas? ¿Se sienten verdaderamente superiores, tan ídolos como lo que los medios o sus incondicionales les dicen? ¿Conocerán las palabras que un servidor situado a su espalda le repetía al general romano cuando regresaba victorioso y era aclamado por el pueblo: acuérdate que solo eres un hombre? Hoy son ellos, como antes lo fueron otros, y otros más les sucederán. Caer en un olvido es cuestión de tiempo. Saber entenderlo, así como entender la transitoriedad de todo, es signo de inteligencia. Nota Bene: los nombres iniciales pueden ser sustituidos a voluntad.

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