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El imbécil y la imbécila caminaban en dirección a la Estación Marítima, pasado ya el Centro Botín. Los acompañaba un niño pequeño y un perro ... grande. El perro se detuvo de pronto y el niño también, pero fue el perro quien se puso en posición y depositó una cagada en el centro del paseo. El niño, por fortuna, se limitó a mear en un seto. El imbécil y la imbécila, ambos de mediana edad, matrimonio supongo, prosiguieron su andar tranquilo y cochinero sin volver siquiera la vista atrás. Pasaba por allí la dueña de uno de esos perrucos mínimos que abundan en Santander y, de forma educada, les hizo ver, por si no lo advirtieron, la necesidad de hacerse cargo del producto resultante del alivio del perro. Esta fue la respuesta del imbécil, ante la sonrisa aprobatoria de la imbécila: «Que lo recoja el Ayuntamiento. Para eso pago mis impuestos». Tal cual.
El incivismo crece, al igual que esos plumeros invasores imposibles de erradicar. El número de botarates aumenta imparable, porque lo son aquellos que, como el imbécil, no recogen la mierda de sus mascotas; quienes tiran al suelo papeles y latas vacías; los que arrojan colillas encendidas desde la ventanilla del coche o ponen la música a todo volumen en playas y parques; los hosteleros que impiden o dificultan el paso con mesas y toneles en zonas no permitidas; los activistas del escándalo nocturno; los que dejan payasadas escritas en bancos, monumentos y edificios o los que imitan al perro y mean por las esquinas. No es esta una relación de cafres, pero si es cierto que el Ayuntamiento no puede asignar a un policía por cada uno de ellos, es exigible una mayor vigilancia. Hace años que no se genera el efecto disuasorio de ver a agentes a pie por la ciudad.
Otro grupo, el más peligroso, es el de los descerebrados, cuya ocupación consiste en destruir el mobiliario urbano o el de circular a gran velocidad por las aceras con sus bicicletas y patinetes convertidos en armas letales. Un ejemplo reciente de barbarie se produjo cuando apareció rota la escultura-homenaje al navegante santanderino Vital Alsar. Las sanciones por estas animaladas -una vez identificados los animales y pagada la multa correspondiente- deben estar a la altura del daño causado. Se sugiere, en casos similares, y mientras la escultura es devuelta a su sitio, que se cubran los cataplines de los vándalos con una fina capa de pintura fluorescente, enyesando la parte saliente para que no decaiga, y sean expuestos en ese lugar de la duna de Zaera, en los atardeceres, sustituyendo provisionalmente la función ornamental de la Paloma de la Paz.
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