Por imperativo legal
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Tuve el honor de asistir a la constitución de la nueva Corporación municipal el pasado sábado. El acto no pudo celebrarse en el Palacio Municipal –la seguridad ante todo– pero no hay mal que por bien no venga. El salón multiusos 'Sergio García' ... hizo posible la presencia de numeroso público e invitados y, al mismo tiempo, proporcionó la dignidad –sencilla pero no exenta de solemnidad– que requiere el ejercicio de la democracia. Quizás sea en un ayuntamiento local o provinciano donde es más palpable la cercanía de ese traspaso del poder emanado del pueblo, por el pueblo y para el pueblo –Lincoln dixit–, a quienes van a representar sus intereses, para lo bueno y para lo malo, durante los próximos cuatro años.
Alcanzar la máxima perfección democrática en la convivencia política ha sido, y continúa siendo, el deseo –utópico anhelo– de una sociedad civilizada. Como en toda obra humana esa meta no es fácil. El tema siempre nos recuerda la célebre frase de Churchill al definir la democracia como «el peor sistema de gobierno ideado por el hombre, con excepción de todos los demás». También el político inglés comentaba que «democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás». Y en esta ruta nos encontramos desde hace cinco siglos antes de Cristo.
Juramento o promesa de los nuevos concejales. El alcalde saliente entrega el bastón de mando, símbolo de jerarquía, al recién elegido. En este contexto resulta difícil entender ese «por imperativo legal» formulado por dos jóvenes de un partido minoritario. ¿Acaso han sido obligados a participar en la campaña electoral o a aceptar ser elegidos concejales? Los dos repiten, por lo cual intuyo que no les debió ir tan mal en la legislatura anterior. La pitada que recibieron de la mayoría fue muy elocuente. Parece ser que salirse de la fórmula establecida –fuera del 'tiesto', diría yo– está de moda. ¿Recuerdan aquellos antiguos concursos radiofónicos?: «Y se lo dedico a mis papás y a mi prima Encarnita que me estarán escuchando». No, esto es más serio. Todavía falta en nuestra democracia una legislación clara que invalide toda fórmula fuera del mandato constitucional. El rito y la cortesía –no la perdamos– engrandecen la formalidad de unos nombramientos.
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