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Tengo una noticia: la culpa de la situación de la economía cántabra no la tiene el covid-19. Al virus lo que es del virus, lo único que la pandemia ha hecho hasta hoy es invalidar las coartadas que nos permitían seguir mirando a algunos ... sectores y momentos del año como al maná del que pese a todo éramos conscientes de no poder esperar más que pan para hoy.
Esta es la buena noticia. La que nos deja sin excusas para abordar una transformación de la estrategia productiva que la comunidad autónoma necesita, y abre la puerta a una oportunidad para planificar. Para cambiar.
Y el Gobierno de Cantabria la ha aprovechado. No para implantar acciones de consenso que permitan crear y conservar empleo en sectores estratégicos. No para definir un plan capaz de impactar desde el sector industrial en toda la economía. No para fijar una estrategia adoptable, asumible por el empresariado, compartida por los sindicatos, consensuada en el diálogo social, susceptible de abrir camino a los negocios basados en el conocimiento para trabajar, en los cuales estamos formando a nuestros hijos e invirtiendo en universidades. No para que la transferencia de conocimiento sea más que una expresión oída, repetida y amortizada por el argot político.
No. El Gobierno de Cantabria ha aprovechado la oportunidad de cambio para cambiar a un consejero. Y ojalá no sea esta una mala noticia.
No esperen que sea yo quien lamente la salida del Gobierno de un consejero de Industria con cuya gestión no he encontrado habitualmente, como bien es sabido, puntos de acuerdo, pero a quien deseo los mayores éxitos, para todo, en su nueva responsabilidad.
Este es el momento en el que la comunidad autónoma debería estar aportando valor, no a su identidad simbólica como territorio, sino a su identidad industrial, empresarial.
El covid puede estar acelerando la definición de nuevos ejes de poder económico en el mundo, en Europa y en España. Y mientras, Cantabria debería estar preparándose para, sin dejar de proteger el tejido productivo y el empleo existente, crecer en aquellos vectores que van a definir qué empresa, qué territorio va a ser y cuál no competitivo.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a transformaciones para una mayor competitividad? De educación, de sanidad, pero también de fiscalidad, de empleo, de medio ambiente, de igualdad, de hacienda, de pequeños y grandes negocio, de tecnología. Y todo ello, en un cien por cien o de forma colateral, le toca a la Consejería de Industria, Innovación, Transporte y Comercio.
¿Es la necesidad de superar estos desafíos lo que ha llevado al Gobierno de Miguel Ángel Revilla a abordar una sustitución en una consejería clave para el futuro industrial y económico de Cantabria? ¿Teníamos razón quienes mostrábamos nuestra disconformidad con la gestión realizada hasta la fecha por el dos veces responsable del área con el Gobierno PSOE-PRC?
¿Piensa el presidente Revilla en los ciudadanos al hacer un nombramiento o un contrato o en lo que le debemos al partido? ¿Ahonda en el desastre que está generando entender los partidos políticos como agencia de colocación?
En un contexto en el que el presidente Revilla, y no hace falta ser un genio, augura momentos complicados para la industria, el nombre elegido para sustituir al consejero saliente del área es un nombre a quien el presidente Revilla admite «deberle mucho». El apellido, uno de los propios de la aristocracia de un Partido Regionalista que se prepara para una sucesión inminente.
En un contexto en el que la vida de personas corre peligro, pero la vacunación se retrasa por la manifiesta dejadez de un consejero de Sanidad, que en plena pandemia admite en este periódico apagar el móvil a las ocho de la tarde porque se agobia, Miguel Ángel Revilla opta sin embargo por cambiar de consejero de Industria.
Lo cierto es que llegada la hora de gestión del plan de rescate Europeo, Next Generation Europe, llega también el momento en el que necesitamos más que nunca un Gobierno más gestor, más profesional, y unos agentes sociales más libres, más independientes de familiaridades políticas y más valientes que nunca.
Y en cambio, Miguel Ángel Revilla, pensando más en el futuro de su tribu, apuesta antes por la supervivencia de los regionalistas que por la de los cántabros.
Lo que sé es que, si nos equivocamos ahora como comunidad autónoma, si no apostamos por una industria que evoluciona, que vuelve a ser capaz de incrementar y sostener empleo de calidad, no sé si Francisco Javier López Marcano llegará a ser candidato a la Presidencia del Gobierno de Cantabria pero sé que Cantabria será firme candidata a ser uno de esos lugares que el profesor de la London School of Economics, Andrés Rodríguez-Pose, define en «la rebelión de los lugares que no importan», como comunidades que fueron prósperas, que han perdido el tren y que se convierten en campo abierto para los más grotescos populismos. No se extrañen si dentro de un par de años ven al hombrecillo con cuernos del asalto al Capitolio dándose una vuelta por Peña Herbosa. La política, cuando se olvida de su auténtico propósito, crea monstruos en cualquier parte. Y el resultado es el mismo si su origen está en la mitología apache o en la cántabra.
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