La importancia de llamarse Fortunato
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Los chinos son gente muy práctica a la que no le gusta demasiado perder el tiempoTras tantos años en China, no son pocas las costumbres y hábitos chinescos que arrastro. En cierto modo, cuando regreso a Europa o a España, a menudo, no puedo evitar mirar la realidad cotidiana de mi propia cultura con los ojos de un chino. Por ... ejemplo, cuando me siento a la mesa y veo llegar los platos, me sorprendo a mí mismo valorando cómo de difícil es comer con palillos la comida que me están sirviendo. De igual manera, las primeras semanas, tras regresar a Occidente, me sorprende que cada comensal pida su propio plato en vez de comer, como en Asia, varios platos diferentes compartidos en el centro de la mesa, de donde pueden degustar todos.
Del mismo modo, excepto durante las fiestas populares de cada población, la mayoría de los lugares en nuestro continente me parecen llamativamente vacíos de gente. Acostumbrado a estar siempre, en China, achuchado y rodeado de mucha gente, me resulta muy llamativo lo desiertas que suelen estar, comparativamente hablando, las calles de nuestras ciudades. Al principio acongoja un poco pero, precisamente, una de las cosas que más echo en falta mientras estoy en China es el silencio, la tranquilidad, el sosiego que, en general, reina en los barrios europeos en comparación con el guirigay permanente que hay en China.
El 'choque cultural inverso' da para escribir un libro pero, mirando la realidad a través de ese prisma 'achinado', hay un aspecto de la cultura occidental que me llama poderosamente la atención: nuestros templos. Así, poniéndome en los zapatos de un chino, cada vez que entro en una catedral, iglesia o lugar de culto cristiano (católico, en particular), me impacta la iconografía que tenemos allí desplegada: figuras dolientes, cristos sanguinolentos, santos en pleno martirio, vírgenes desfallecidas, personajes llorosos y furibundos (o, directamente, moribundos)...
En fin, toda una panoplia de sufrimientos, angustias y amarguras varias, que -cuando me pongo en el pellejo de un chino, sin el contexto histórico y cultural correspondiente- le dan ganas a uno de salir corriendo sin mirar atrás.
Acostumbrados a una simbología bien distinta a esta, siempre me pregunto cómo miran los chinos (y, en general, los asiáticos) a nuestra religión; cómo se sienten dentro de nuestros templos cristianos. En todas las religiones, los templos son casi siempre lugares concebidos arquitectónicamente para generar espacios de recogimiento, meditación, rezo e introspección, donde el visitante se pueda sentir, simultáneamente, pequeño frente a lo divino y en presencia de algo poderoso. En las religiones no monoteístas de Asia (el budismo o el hinduismo, por ejemplo), los templos están sembrados de colores alegres y de imágenes bastante agradables a la vista: flores de loto, motivos vegetales, hermosas mujeres bailando e imágenes o esculturas de Buda en pleno trance meditativo.
También tienen los asiáticos intimidantes figuras -a medio camino entre lo humano, lo animal y lo fantástico-, que hacen las veces de guardianes de los espacios sagrados. Y no faltan en sus templos representaciones del 'infierno' de turno (o el lugar equivalente, en su correspondiente cosmología, al que vas a parar si no llevas una vida virtuosa). Al final, el miedo es -ha sido siempre- un arma muy poderosa, cargada de utilidad para transmitir cualquier mensaje de salvación. Sin embargo, lo que abunda en los templos asiáticos son las expresiones serenas y joviales. Con un rostro a medio camino entre lo hierático, lo enigmático y lo plácido, las imágenes de Buda que pueblan sus lugares de oración van desde la beatitud pacífica hasta el gordo bonachón y sonriente que rezuma abundancia feliz.
Los chinos son gente muy práctica a la que no le gusta demasiado perder el tiempo. Les empuja a los templos una mezcla de superstición, tradición y -sobre todo- mucha prudencia pues, consideran, que es mejor tener «al de arriba» de su lado por lo que pueda pasar. Así, a ningún chino se le ocurriría llamar a su hija Dolores, Angustias, Martirio ni Soledad. En aras de congraciarse con la suerte (y no tentarla), bautizan a sus niños con nombres auspiciosos que -creen- pueden condicionar favorablemente su vida futura: 'Buen Estudiante'; 'Guapa y Sagaz'; 'Longevo y Valiente'; 'Rica y Patriota'; 'Sano y Astuto', etc. El hábito no hace al monje, claro.
Un nombre propicio no es garantía de un destino favorable pero, ante la duda, los chinos prefieren pecar de optimistas antes que de agoreros y no tientan a la suerte. Tal vez sea cuestión de tiempo hasta que los Fortunatos, las Felicitas, los Buenaventuras, los Felix y las Faustinas vuelvan a estar de moda en nuestras partidas de nacimiento.
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