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Decía Beethoven que la música debe hacer saltar fuego en el corazón del hombre, pero no pudo imaginar que hay hombres sin corazón empeñados en quemar la música.
El incendio provocado en la catedral de Nantes en torno al gran órgano del templo, una ... auténtica joya que data de 1621, me ha hecho empatizar con el sentimiento de dolor que ha asaltado estos días a Enrique Campuzano, el más infatigable y perseverante conservador y restaurador de órganos antiguos que alguien definió como el «caballero andante de los órganos centenarios españoles». Este ilustre torrelaveguense, director del Museo Diocesano de Santillana, ha extendido su vocación por la defensa del patrimonio cultural religioso hacia estos instrumentos colosales, que lo son, tanto desde el punto de vista de su tamaño 'arquitectónico', como de la trascendencia de la paleta de notas musicales que es capaz de generar, sólo comparable a las sensaciones y sentimientos vinculados con lo divino. Por eso no es una casualidad que los órganos reposen en las iglesias y se relacionen con la música sacra, ámbito en el que bien se desenvuelve Campuzano.
Mientras no se identifique a los responsables, serán las suposiciones y las cábalas las que nos obligarán a discurrir sobre qué increíbles motivos, ajenos a los patológicos trastornos mentales, pueden empujar a alguien a destruir manifestaciones artísticas de tanto valor, porque no sólo ardió la máquina de sonidos prodigiosos que tanto ha afectado a Campuzano, también quedaron destruidos una pintura del siglo XIX de Hippolyte Flandrin, parte del coro y los vitrales de la fachada, algunos del siglo XVI, con el riesgo de que afectara a toda la catedral gótica que también sufrió los bombardeos de la II Guerra Mundial.
El fuego, que fundió los 5.500 tubos de estaño y plomo del gran órgano de Nantes, al menos ha dado luz a la importancia de estos instrumentos, muchos de los cuales siguen mudos en las iglesias, acaso esperando que Enrique Campuzano, tras el golpe de Nantes y su operación de menisco, recobre su vigor para que los órganos se libren de los incendios del abandono, que también queman la música.
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