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Permítanme comenzar recordando los países que en el centro de África conforman El Sahel, mencionándolos de izquierda a derecha: sur de Mauritania, norte de Senegal, centro de Mali, norte de Burkina Faso, sur de Níger, norte de Nigeria, centro del Chad y de Sudán, Eritrea ... y norte de Etiopía. ¿Reconocen un avispero?, ¿lo agitarían?
Ahora recuerden El Magreb más cercano, que tradicionalmente lo formaban Marruecos, Argelia y Túnez y que hoy incluye a otros dos enclaves geográficos: norte de Mauritania por un lado y Libia por el otro, dos buenas presiones laterales apretando fuerte. ¿Han reconocido otro avispero de mayores proporciones y justito ahí al lado, que además se llevan entre ellos como Hemingway con Fitzgerald o Ayuso con Casado, por poner algún ejemplo comprensible?
Pues bien, todo esto lo agitó el Gobierno, o mejor, su presidente; o mejor, nuestro presidente, en un instante, al defender el principio de autonomía para el Sáhara bajo la soberanía marroquí. Entrar a sacudir o golpear un nido de avispas, ya inquietas, sin pistola de humo ni traje de protección, es toda una temeridad o una apuesta enloquecida.
Si además movemos lo que estaba tranquilo, frente a los postulados de la ONU y frente al discurso emblemático de la izquierda sobre ese territorio, posición que defendieron todos los gobiernos anteriores en democracia y sus presidentes durante 47 años, habremos cargado sobre nuestras espaldas –las de todos– tan enorme mochila y de tanto peso que se desconoce si podrá soportarse bien en el futuro o se doblarán las rodillas como ya sucedió en otro sentido tras la Marcha Verde.
Más parece que se ha podido producir lo que gráficamente se dice en Galicia «sair dun souto e meterse noutro» (salir de un bosque para meterse en otro), por nuestra posición en el norte de África y en El Sahel cuando regresa la embajadora de Marruecos y se va el embajador de Argelia. Si, además, no se ha informado previamente a los argelinos como parece, que son los dueños del bidón del gas y tienen la llave de la espita en su bolsillo... que la suerte y la providencia nos amparen.
Todo muy complicado. Ahora mismo en España estamos bloqueados por las prisas, entre otras cosas porque está en juego la contención y el control sobre el terrorismo islamista que por esos lares se cuela fácil si se le proporciona algún resquicio.
Diría que estamos «incómoros», parafraseando a mi nieta menor cuando se le pregunta por la humedad de su pañal ante el jolgorio de los presentes. «Incómora» no se traduce en ella por incómoda ni enfadada, se refiere a algo más sutil que acoge los dos adjetivos. Diría que se acerca más a decepcionada.
Incómoda y decepcionada como ella por el olvido, está la oposición a la que no se le puso al tanto a pesar de tratarse de una trascendental cuestión de Estado y debería, al menos, de haber sido informada previamente. Igual de furiosos están los socios del Gobierno de coalición que se enteraron del acuerdo por la prensa con el recibí del rey de Marruecos.
Ese desplante aconteció además con el reciente envío de armas y alguna que otra fragata al entorno de la guerra de Ucrania en contra de su opinión. También con el proyecto de ampliar al fin el presupuesto de Defensa sin aviso y autorizado en Consejo de Ministros, bien bendecido además por la dirección ejecutiva del PSOE en Ferraz, sobre cuya mesa de reuniones todavía conservan algún boli serigrafiado con el «no a la guerra» que se regalaba con la entrada a los Goya de hace años.
Lo curioso es que nadie espera dimisiones en este país tragalotodo que ni se sorprende de que no se produzcan, ni se alarma ante estas decisiones, urdidas siempre en períodos convulsos de tensiones nacionales o internacionales apurando la vieja táctica de legislar acuerdos inconfesables en períodos de ruido informativo. Práctica habitual de este gobierno que lamentablemente también ejercitaron otros a lo largo y ancho de nuestra reciente historia .
Y detrás de todo eso, como siempre, las personas. En este caso el pueblo saharaui al que de nuevo dejamos abandonado en la arena, que ha dado muestras de amor infinito a su tierra que quisimos comprar con carnets de doble nacionalidad para dejarlo ahora en manos de un país tan poco fiable en sus compromisos como el del reino alauita.
No acabaríamos de acostumbrarnos a imágenes en nuestra retina de esa tierra querida, de nuevo sacudida por la indiferencia, el aislamiento y la hambruna, ni a estos sobresaltos transformados en sorpresa-sorpresa. Ojalá en esta ocasión y por una vez todo salga bien para que su convivir y el nuestro con el entorno resulte además una fórmula equilicuá para el Sáhara en su conjunto. Aunque tengo mis serias dudas.
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