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El Premio Internacional Eulalio Ferrer 2020-2021, que otorgan la Fundación Cervantina de México, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad de Cantabria y el Ayuntamiento de Santander, ha recaído en la filósofa mexicana Juliana González Valenzuela, primera mujer que recibe ... este reconocimiento.
Me parece muy positivo que el nombre de Eulalio Ferrer (1921-2009) vaya adquiriendo el poso de lo perenne gracias, entre otras cosas, a este premio que une ambas orillas del Atlántico, la vieja España y la Nueva España que, de tan nueva, dejó de ser España, pero a su modo ha seguido siéndolo, a veces incluso más que la vieja, que somos nosotros. Por mediación de Juan González Bedoya conocí a este exiliado republicano que llegó a ser un gran empresario de la comunicación en México, un muy interesante estudioso de los aspectos teóricos y prácticos de la publicidad, cervantino apasionado y gran mecenas cultural. Tengo bien cerca siempre dos obras suyas que me dedicó con cordialidad. De una, 'El lenguaje de la publicidad' (1994), me comentaba que era «quizá el más importante» texto de su largo catálogo de títulos; pero la otra, 'Publicidad y comunicación' (2002), también está repleta de lecciones e intuiciones. Además, leí aquella novela suya tan espectacular, 'Háblame en español' (2007), sobre la aventura de un quijote empeñado en incorporar a los chinos a la hispanofonía.
La designación de la profesora emérita Juliana González cierra varios círculos de la historia, muchos de ellos directa o indirectamente conectados con Santander. Esta filósofa mexicana vino a nacer coincidiendo con los meses primeros de la Guerra Civil española que esperamos haya sido la última. Y luego fue una de las principales discípulas de la flor y nata del exilio filosófico español en México tras la derrota de 1939. Así, no solo se vincula la persona y pensamiento de Juliana González a la del santanderino-mexicano Eulalio Ferrer al cabo de tantos años, sino que además se atan otros nudos de la hispanidad contemporánea. En especial, lo que uno llamaría los 'indianos involuntarios' de tipo intelectual: aquellos que tuvieron que, como se decía antiguamente, 'pasar a Indias', pero que allí fueron acogidos y allí se desarrollaron y enriquecieron humana y culturalmente. Y retornaron como indianos no en el puro sentido económico de un Marqués de Valdecilla exitoso en Cuba, sino como indianos del conocimiento, personas que devolvieron a España riquezas más de valorar, que son las del espíritu.
La profesora Juliana González estudió con pensadores que o bien habían sido promotores de la Universidad Internacional de Verano de Santander, como el asturiano José Gaos (1900-1969), discípulo de Ortega, o bien habían figurado entre sus primeros y mozos alumnos, como el barcelonés Eduardo Nicol (1907-1990). Con Gaos recorrió línea a línea la 'Metafísica' de Aristóteles y 'Ser y tiempo' de Heidegger, libro difícil, que Gaos había traducido del alemán como quien se tiene que adentrar con un machete en una selva del Yucatán a la búsqueda de una pirámide enterrada. También conoció y fue autora de públicos elogios a otros pensadores españoles, docentes en la UNAM, como el catalán Ramón Xirau (1924-2017) y el algecireño Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011), quijotes a su modo, que buscaron, el primero, la pasarela entre filosofía, poesía y religión; y el segundo, el unicornio de un marxismo no dogmático.
Fueron mentes brillantes que arraigaron en México y formaron a las generaciones de la segunda mitad del siglo XX. Joaquín Xirau (1895-1946), también filósofo, padre de Ramón y decano de la facultad de filosofía de Barcelona, había sido uno de los profesores inicialmente implicados en el lanzamiento de la Universidad santanderina. De Xirau, aquella frase inolvidable sobre que había redescubierto España en México. Urge un puente aéreo El Prat-Benito Juárez.
De La Magdalena acabaría en México también Luis Recaséns (1903-1977), destacado filósofo del derecho y luego sociólogo sobresaliente en la UNAM. Con solo leer su 'Tratado General de Sociología', ya había hecho el estudiante casi media carrera universitaria, tanta era la información allí reunida y articulada.
Aquellos exiliados fueron volviendo, esporádicamente en lo personal, pero siempre en sus libros y entrevistas, lógicamente con intensidad mayor aún a partir de la década de 1970 y la transición democrática. (El franquismo intentó 'fichar' a los barceloneses Nicol y José Ferrater Mora, pero no aceptaron, por motivos políticos evidentes).
Fueron indianos en este doble sentido. En primer lugar, su riqueza de pensamiento y docencia no se hubiera podido desarrollar en España con la libertad que tuvieron en México; fue una 'fortuna de ideas' acuñada en una exitosa fusión de lealtades. Desde el punto de vista de la cultura, entre los países hispanos no hay fronteras nacionales, sino solo provinciales o municipales. Esto lo demostró el exilio republicano de manera concluyente.
Pero, en segundo lugar, fueron indianos en el sentido de que sus riquezas en parte retornaron a España, como libros o en persona. Así tenemos en Cantabria al mayor conocedor de la obra de Ferrater Mora, el filósofo Carlos Nieto Blanco, que acaba de publicar un gran libro sobre este también visitante de la UIMP. Está, sin embargo, pendiente una recepción mucho mayor de este pensamiento que podríamos decir, sencillamente, 'hispano', entendiendo que cubre lo ibérico, lo transpirenaico y lo americano, pero en lengua española. Por razones largas de explicar aquí, he leído más recientemente a Eduardo Nicol, del que yo diría que es el filósofo ideal para los periodistas, porque todo su pensamiento giraba sobre el valor de la expresión y la comunicación.
Y con esto cerramos otro círculo y volvemos a Eulalio Ferrer. Desde luego, ¿no sería mejor para la humanidad que los chinos se decidieran a estudiar español como primera lengua extranjera? Quién sabe: la realidad histórica siempre demuestra más imaginación que las mejores novelas.
De momento, ojalá el premio a Juliana González Valenzuela nos anime a acercarnos a sus importantes reflexiones sobre bioética y asimismo valorar que, en ocasiones, exilios o emigraciones, traumáticos como son en origen, pueden resultar paradójicamente felices en destino. Claro que recomendar el exilio sería excederse. Mejor recomendamos el español en China.
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