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Hace poco leía en un artículo lo siguiente: la economía española y la cántabra han padecido dos crisis seguidas en las que ha cambiado el peso de los diferentes sectores y los servicios han ido creciendo en detrimento de los otros segmentos, tal como señalan ... los medios de comunicación día sí y día también. La industria ha seguido perdiendo peso y en 2019 solo representaba el 16% de Producto Interior Bruto (PIB), frente al 18,7% del año 2000, alejándose así del objetivo marcado por la Unión Europea del 20% para 2020. En los últimos tiempos, la industria cántabra se esfuerza para llegar a ese ansiado porcentaje gracias a las inversiones que se están realizando y las que se esperan, marcándose como objetivo prioritario garantizar el bienestar social de la región. A mi juicio, hay una parte que se les olvida siempre explicar, y es el por qué se fija esa medida como objetivo y cómo en la época actual ya no sirve solo como objetivo de bienestar.
Por ello, creo que es importante acudir al informe de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (Onudi) donde se nos muestra cómo el proceso de industrialización está directa y cuantificablemente relacionado con una mejor calidad de vida.
Tal vez esto no sea sorprendente. Sabemos casi intuitivamente que quienes viven en los países ricos e industrializados disfrutan de un nivel de vida más alto y una mejor calidad de vida como resultado de un mayor nivel educativo, una atención sanitaria más avanzada, una mejor cobertura de la Seguridad Social, una mejor red de transporte y un mejor acceso a las nuevas tecnologías.
Pero determinar cómo deben medirse esos indicadores es, en sí mismo, una ciencia inexacta y por ello hay que señalar que los economistas han comenzado a mirar más allá del PIB como un barómetro de la salud económica, y están teniendo en cuenta cada vez más las medidas de bienestar. Estas incluyen los marcos proporcionados por el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Índice del Planeta Feliz, el Informe sobre la Felicidad en el Mundo y el Índice de una Vida Mejor de la OCDE. Pero aún no hay consenso sobre lo que debería incluirse en el cálculo del bienestar, y muchos de los indicadores siguen siendo mucho más subjetivos que empíricos.
El informe de la Onudi examina los datos de todos los países. Se compara el VAM per cápita -junto con la competitividad medida por el Índice de Rendimiento Industrial Competitivo de la Onudi- con los indicadores de pobreza, desigualdad, salud, educación, empleo y desarrollo humano. Los resultados proporcionan pruebas estadísticas claras sobre la estrecha relación que existe entre el proceso de industrialización, las condiciones de vida de las personas y su calidad de vida. Muestran precisamente cómo el 9º Objetivo de Desarrollo Sostenible -el objetivo para el desarrollo industrial- se vincula a una amplia gama de otros objetivos de desarrollo.
De la evaluación de una amplia variedad de indicadores, se desprende claramente que los beneficios de un sector industrial próspero van mucho más allá de las meras tasas de crecimiento de los países en desarrollo. Sin un mayor desarrollo industrial, esos beneficios seguirán siendo más difíciles de alcanzar para millones de personas.
El informe destaca, por ejemplo, el papel fundamental que desempeña la industrialización en el desarrollo humano. Su impacto en el cambio tecnológico y la innovación impulsa las aptitudes y el aprendizaje, permite la creación de bienes esenciales y promueve el cambio social.
El informe muestra asimismo el impacto del empleo en el bienestar. Cuando la productividad laboral aumenta, los empleadores están más capacitados para proporcionar trabajos más cualificados y mejor pagados, lo que conduce a una mayor seguridad y protección social para los trabajadores.
Además, se sabe que la mejora en el nivel salarial y en el empleo pueden reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida mientras impulsan el crecimiento económico.
En la educación, que es fundamental para fomentar la creatividad y el espíritu empresarial necesarios para el desarrollo económico sostenible, los vínculos también son claros. Mientras los países se industrializan, aumenta la demanda de personal cualificado, lo que alienta a más personas a recibir la educación necesaria para obtener empleos mejor remunerados.
Al mismo tiempo, a medida que mejora el rendimiento del sector industrial, aumentan los ingresos, se pagan más impuestos y se puede invertir mucho más dinero en educación.
En consecuencia, hay que tener claro lo que podría lograrse impulsando un desarrollo industrial inclusivo y sostenible en el tiempo. Pero también debe tenerse presente lo que está en juego en un mundo que sigue lidiando con la agitación económica y social provocada por el covid si la industrialización se estanca.
Afortunadamente, en nuestra comunidad creo que lo tenemos claro y no podemos soslayar que el bienestar social ya no solo se alcanza con un porcentaje concreto del Producto Interior Bruto sino con medidas mas extensas.
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