De árboles y sombras
Serendipia ·
José Manuel Ballester lleva dos décadas despojando de personajes las obras maestras de grandes pintores del pasadoSecciones
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Serendipia ·
José Manuel Ballester lleva dos décadas despojando de personajes las obras maestras de grandes pintores del pasadoEl bosque de Giotto es una instalación de cinco grandes lienzos con la que se inicia la exposición 'De arboris perennis', de José Manuel Ballester, que hasta el día 22 de septiembre se puede ver en las Naves de Gamazo en Santander. El artista lleva ... dos décadas despojando de personajes las obras de grandes pintores del pasado, para descubrir los espacios y paisajes ocultos, eclipsados por las distintas narrativas de mitos, historias épicas o religiosas, que entonces dominaban en las pinturas. De esta forma, pequeños fragmentos de montañas rocosas y árboles, creados por el maestro italiano del Trecento, el iniciador del espacio tridimensional en la pintura europea, se transmutan en impresiones fotográficas a gran escala.
En los siglos XIII y XIV, durante ese primer renacimiento, los paisajes eran meros escenarios; auténticos telones de fondo donde acontecían historias. Al eliminar las narraciones, el decorado emerge con una contundencia expresiva inesperada y nos interpela para que reinventemos un nuevo contenido. El espectador se vuelve así protagonista. Aunque, bien mirado, el verdadero actor de esta muestra es el árbol, tal y como dicta el título, una metáfora acerca de la relación permanente del hombre con la naturaleza.
Omnipresente, el árbol preside templos orientales, se asoma a la salida de la boca del metro de las grandes metrópolis o simplemente, lo encontramos al mirar a través de la ventana de cualquier edificio normal y corriente. Y en la fotografía tomada por Ballester en el templo de Lingyin en Hangzhou, es la sombra de las ramas y hojas lo que resplandece sobre un fondo dorado.
Al tiempo, es también en un santuario urbano donde Hirayama, el estoico limpiador de lavabos públicos de la película «Perfect Days», capta con su cámara analógica, en un ritual repetitivo, las sombras que proyectan los árboles que le acogen durante su almuerzo cotidiano. Una vez reveladas las imágenes, solo selecciona y archiva los mejores komorebis, esos brillos del sol que se filtran a través del follaje. Ya por la noche, lee «Árbol» de Aya K0da y al amanecer, se despierta con el rumor de las hojas secas al ser barridas, escucha con deleite el canto de los pájaros y contempla el crecimiento de los brotes verdes que riega con tanta dedicación. De este modo, el protagonista de la cinta de Wim Wenders, un habitante, como tantos de nosotros, en una gran ciudad, conecta con la naturaleza a través de breves percepciones, minúsculas sensaciones y sencillos gestos que le hacen feliz otorgando sentido a una vida que está cargada de monotonía.
La mención se hace obligada: William Henry Fox Talbot (1800-77), inventó una técnica fotografía realizando las copias al exterior, en contacto el negativo con el papel emulsionado y dejando que actuara la luz solar mediante largas exposiciones. Y claro, el resultado de dichos talbotipos, variaba si el día estaba nublado o por el contrario lucía un sol radiante. De ahí que su autor titulara uno de los primeros libros con reproducciones fotográficas «El lápiz de la naturaleza», puesto que era ella, con sus claroscuros, la que realmente dibujaba y lograba reproducir la realidad, además de grabarla sobre el papel de forma fiel.
Desde ese mismo momento, el hombre se vanaglorió de haber conseguido atrapar el tiempo, congelándolo en un instante. Y desde ese entonces, se han tomado fatuas imágenes que nos retornan un reflejo distorsionado de lo real y a su vez, de nosotros mismos.
Sin duda, para revertir un futuro dominado por infinitas copias digitales, elijo quedarme con el momento, único e irrepetible, de contemplar la sombra vibrante de la hoja de un árbol sobre alguna tapia.
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