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Es otoño en Bulgaria, el paisaje del norte del país repleto de montañas bajas y bosque se cubre de los mil colores de la estación. Desde la ventanilla del coche veo pasar, uno tras otro, pueblos idénticos, casas con repetida tipología constructiva: planta cuadrada, dos ... pisos y tejado a cuatro aguas, que otorgan una extraña armonía al campo. Del mismo modo, en cada aldea te topas con un puñado de viviendas abandonadas: ventanas rotas, techumbres desmoronándose o puertas desvencijadas. Algunas ciudades pequeñas están prácticamente deshabitadas, solo presididas por monumentales esculturas de personajes de piedra de un, no tan lejano, pasado soviético, que parecen haber sustituido a los escasos pobladores. Sin gente en las calles y tráfico inexistente, se percibe un silencio impropio de las urbes.
Pero ahí están ellos, los de las aldeas, siguen cultivando sus huertas y remendando sus casas, o los que pueden, reconstruyendo las viviendas de los antepasados para aferrarse a su tierra. Los de las ciudades, ocupando colmenas de edificios de cemento, grises y con grandes números en sus fachadas, para que nadie se confunda de portal, tolerando su rutinario día a día.
Será el otoño o la melancolía asociada a este periodo, pero solo percibo tristeza en sus rostros.
Contemplo el Danubio, a su paso por la localidad de Vidin, ancho, caudaloso, hermoso, pero sin vida aparente, sin movimiento. El único navegante es un pequeño cormorán negro, que, ante la falta de interés en la desolada superficie, sumerge, primero su pico y luego todo su cuerpo, para ver si en las profundidades ocurre algo más provechoso.
Y no puedo dejar de comparar esa visión del agua del río calma y silenciosa con la rutilante bahía de Santander, surcada de multitud de velas de todos los tamaños y colores que salpican con dinamismo el horizonte; los enormes navíos de mercancías pintados en gamas vibrantes, entrando y saliendo del puerto; o los ferris que desembarcan hordas de turistas.
Solo separadas por unos miles de kilómetros de distancia y nada tiene que ver un lugar con otro: una ciudad enérgica frente a otra empobrecida.
Entonces pienso en todos ellos, los otros, esas personas cuya vida poco tiene que ver con la mía, en sus deseos e ilusiones, oportunidades o expectativas.
Al mismo tiempo que viajo, leo 'Un día en la vida de Abed Salama', del periodista judío americano Nathan Thrall, que a través del crudo relato del triste accidente de un autobús escolar acaecido en 2012 en los territorios ocupados, disecciona la sociedad palestina y la complejísima situación política en la que sobreviven los habitantes de la Franja de Gaza y las terribles condiciones del día a día de un pueblo sometido.
Diferentes creencias, disimiles convicciones, sociedades quebradas e irreconciliables. Cuando no comprendemos al otro, cuesta sentirlo próximo o tener empatía con sus problemas. La otredad, aquellos con los que no compartimos identidad, o con los que no nos reconocemos, sean cuales sean los motivos.
Paralelas esas distancias kilométricas de Santander a Vidin y de Vidin a la Franja de Gaza. Y un poco más al sur la ciudad de Alejandría, en la que allá por el siglo III a C nos encontraríamos con la legendaria biblioteca, un lugar que ostentaba el poder de almacenar el conocimiento de la Antigüedad. Centro de ideas y actividad intelectual, en sus estantes cabían volúmenes de todas las religiones. En nuestro imaginario, la biblioteca ha permanecido como guardiana del conocimiento, y la ciudad, situada estratégicamente en la intersección de los continentes, albergaba un conjunto de personas de culturas diferentes que intercambiaban ideas y filosofías en una atmósfera armónica, pacífica y cooperativa, donde existía el consenso.
En un mundo global pero cada vez más polarizado ¿cómo podemos traspasar esas fronteras kilométricas y romper las barreras ideológicas?, ¿qué hacer para acercarnos a comprender al otro?
Sueño con construir una nueva Alejandría en la que el diálogo esté sustentado por el respeto: empecemos por derribar el término 'otro' y remplacémoslo por 'igual', dentro de la diferencia.
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